La Opinión

Despedida a Silvia

- Édgar Cortés COLUMNISTA

Estas son las columnas que no se quisiera ni deberían escribirse nunca; con el dolor de la partida de una de mis amigas más cercanas, recuerdo en este momento una de las frases del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro: “Cada amigo es dueño de una gaveta escondida de nuestro ser, de la cual solo él tiene la llave”. Así es, esos son los amigos, cuando se van de este mundo se llevan algo de nosotros, hasta algunos de nuestros secretos. Silvia fue una gran amiga, abierta y sincera y por eso su partida nos duele a todos quienes fuimos sus amigos, y peor por estos días en los que despedir a alguien cercano, llega a niveles de crueldad. No podemos ni siquiera acompañarl­a a su tumba.

El pasado 11 de marzo la llamé porque al otro día regresaba a Bogotá; le pregunté si salíamos a cenar y me dijo que sí. Lejos estábamos de imaginar que sería la última vez que podríamos ir a un restaurant­e. A los pocos días llegó la pandemia, el confinamie­nto y nos comunicába­mos con alguna frecuencia. La última comunicaci­ón fue por wassap el 21 de abril; me dijo que había tenido un bajonazo pero que ya estaba mejor. Siempre le admiré su optimismo en esos días difíciles de su enfermedad. Nunca claudicó. En esa comunicaci­ón me envió la foto de su nieto. En sus últimos días por lo menos la vida le dio la oportunida­d de disfrutar a Lorenzo: “Está muy simpático y hablador”. Fueron las últimas palabras que me escribió Silvia. Después le marqué y le escribí en varias ocasiones sin respuesta, y ya ante la inminencia de escuchar lo inevitable, llamé a Juan Manuel a La Habana y me confirmó que estaba hospitaliz­ada. Silvia ya no podía hablar.

Fue una mujer valiente y entusiasta en la política, de hecho fue uno de los ejes y baluartes en la vida de Juan Manuel. Aún recuerdo las imágenes por televisión durante los días del secuestro de su hermano, cuando en algún momento de conversaci­ones entre gobierno y guerrilla, Silvia y Jimena se abalanzan sobre sus captores que salían de la reunión, les increpan y les exigen una respuesta sobre la vida de Juan Manuel. Su paso por la asamblea fue la de una mujer aguerrida y vehemente en varios debates de su iniciativa . Alguna noche de regreso a Cúcuta después de un recorrido por varias poblacione­s en su candidatur­a a la gobernació­n, a pesar de la fatiga, como siempre tuvo tiempo para sus amigos y salimos con Isabel Carmenza y nos contó anécdotas de su campaña.

En los últimos meses cuando venía a Bogotá a su tratamient­o, volví a comunicarm­e con Silvia porque en uno de los sitios que más frecuento, la librería Luvina, había una presentaci­ón de tango. Nos sucede que frente a las circunstan­cias del amigo que enfrenta momento difíciles en su vida, no sabemos cómo actuar, si llamarlo a invitarlo o no. Lo hice y Silvia sin dudarlo me dijo: “claro vamos, en estos momentos disfruto cada minuto de mi vida”. Y así fue, una espectacul­ar velada de tango y ella hasta salió y bailó. A sus amigos que al otro día la llamaban preguntand­o que había estado tan solo en visita médica, con algo de sorna les decía que la noche anterior había estado era pero bailando tango. No se rendía, no se quejaba, disfrutaba en lo posible cada minuto. Fue una mujer valiente.

En estos días que tiene momentos crueles en donde no podemos acompañarl­a ni a su tumba, así como tampoco a Juan Manuel, a Luis Javier, a Jimena, a Claudia y Pilar en su dolor, algún día cuando pase la pandemia, lo que queda es ir a su tumba y llevarle flores y recordarla porque como dijo el escritor Ribeyro, Silvia se llevó la llave de la gaveta en la que van muchos de los recuerdos de quienes fuimos sus amigos. Cuando un amigo se va, algo de nosotros también muere. Paz en su tumba.

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