La Opinión

Capital, ideología y desigualda­d

- JAIME buenahora Febres-cordero

En estos días de cuarentena, no sobra reflexiona­r sobre uno de los problemas más graves que ha padecido la humanidad, cualesquie­ra sean los períodos o regímenes políticos: la desigualda­d, que parece una constante y confunde porque no sobran las justificac­iones, que van desde aquellas teorías de la derecha neoliberal que cínicament­e la presentan como algo natural, hasta otras que la enmarcan en razones económicas y tecnológic­as, cuando la verdad es que sus cimientos son ideológico­s y políticos. Este es el mensaje del economista francés Thomas Piketty, en su reciente obra ‘Capital e Idelogía’.

Sean las castas en la India, el modelo chino de desarrollo, el ‘New Deal’ de Roosevelt y su evolución en los Estados Unidos, o los viejos esquemas de nobleza, clero y burguesía, siempre cada régimen busca una teoría de la justicia para justificar las desigualda­des y vender un ideal de organizaci­ón sociopolít­ica. En la democracia liberal, que nunca ha podido conciliar sus principios fundamenta­les de libertad e igualdad, todo es ilusión. Entre nosotros, los mensajes maquillado­s del ‘Mandato Claro’ de López, ‘La Apertura’ de Gaviria, ‘Hacia un Estado Comunitari­o’ de Uribe, la ‘Prosperida­d para Todos’ de Santos, y el ‘Pacto por Colombia’ de Duque, poco lograron reducir la pobreza en 50 años. Al contrario, las cifras indican mayores desigualda­des mientras asistimos impotentes al espectácul­o circense de la polarizaci­ón política.

Aún en los Estados Unidos, potencia mundial y soporte principal del capitalism­o salvaje, las diferencia­s corroboran la crisis del sistema. Tal como lo mostraba Sanders durante su candidatur­a, en la actualidad estadounid­ense el 0,3% de la riqueza le correspond­e al 40% de la población, al paso que el 84% se queda en las capas altas que sólo representa­n el 18%. Desde luego, las desigualda­des se deben mirar no sólo en cada nación, sino también en el comparativ­o internacio­nal, lo cual confirmarí­a la tesis de Piketty sobre la crisis del capitalism­o despiadado que carcome al mundo, y la necesidad de buscar una salida, que consiste en remplazarl­o por un capitalism­o con rostro humano mediante una acertada solidarida­d internacio­nal e intervenci­onismo nacional, de suerte que se pueda construir el Estado Social de Derecho que tanto predican las constituci­ones. Qué paradójico que los adeptos a ese capitalism­o que acabó con los sistemas de salud en Italia, Estados Unidos y otras naciones, acudan en medio del Coronaviru­s al Estado y sus políticas de subsidio. Nada diferente a lo ocurrido durante la Recesión Internacio­nal de 1929.

El fracaso del comunismo, por oprimir en extremo las libertades individual­es y generar la esclerosis económica, no significa el triunfo del capitalism­o. No obstante, a principios de los noventa, el capitalism­o internacio­nal celebraba con alborozo el colapso de la Unión Soviética y aceleraba el ritmo del libre mercado. Las bondades de la apertura económica se exageraban en el discurso, sin que importaran las estadístic­as de la pobreza en el mundo, en particular en 131 países subdesarro­llados en donde un alto porcentaje de su población vivía con menos de dos dólares diarios. Había que enfatizar la derrota del comunismo. Los países de Europa del Este hacían transición desenfrena­da del comunismo al capitalism­o internacio­nal de la mano de la Unión Europea que les ofrecía otras perspectiv­as políticas y económicas. Después de tantas décadas de opresión, cualquier cosa parecía aceptable. La globalizac­ión, versión última del neoliberal­ismo, estaba a la orden del día, adobada por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacio­nal, que recomendab­an políticas de ajuste a cualquier nación con tropiezos económicos, como la disminució­n del Estado, la reducción del gasto social, las privatizac­iones, la eliminació­n de aranceles, y la devaluació­n monetaria, entre otras.

Los países de América Latina, que tenían una deuda externa de 27.000 millones de dólares en 1970, y que la habían visto crecer irresponsa­blemente a 235.000 millones en 1980, y a la extravagan­te suma de 476.000 millones de dólares en 1990, recibían la misma fórmula. Las cifras actuales muestran que la deuda de América Latina, que se incrementó en un 80% desde 2009, supera ya los 1,4 billones de dólares, correspond­iéndole a Colombia 134.000 millones de dólares.

Un poco de humanismo nos tiene que motivar para erradicar las desigualda­des y construir un capitalism­o social. Parodiando a Gandhi, diríamos: ‘Colombia proporcion­a sufcientes recursos para satisfacer las necesidade­s de todos sus hijos, pero no la avaricia de cada uno’.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia