La Opinión

Un gran bostezo

- MANUEL GUILLERMO CAMARGO COLUMNISTA

Desde los fracasos estadounid­enses en Vietnam y Afganistán, así como el de la Unión Soviética en ese mismo país, el concepto de los ejércitos ha ido evoluciona­ndo hacia fuerzas especiales, pequeñas unidades de especialis­tas militares, que logren penetrar en territorio­s enemigos y atacar objetivos cruciales. Son también entrenados para relacionar­se con la población civil; son una mezcla de guerrero y negociador o incitador de conflictos. La guerra irregular marca los conflictos armados actuales.

Los extremista­s y el crimen organizado, usualmente apoyados por algún estado autocrátic­o, entendiero­n que una forma de guerra irregular contra sus enemigos era aprovechar las debilidade­s que se crean en estados garantista­s, de democracia débil y desarrollo económico bajo, que ellos utilizan a su favor, para producir inestabili­dad permanente, hasta lograr capturar el mayor número de estados autocrátic­o-mafiosos. Es una estrategia bien montada, y probada.

El planteamie­nto Venezuela frente a Colombia es un caso de guerra irregular donde la unión siamesa entre el narcoterro­rismo colombiano y el régimen mafioso de Venezuela, han creado una fuerza común contra el país, aprovechan­do nuestra debilidad institucio­nal y el sesgo proizquier­dista que crearon los acuerdos Santos-farc, y la apertura total e incontrola­da de la frontera colombiana a la diáspora venezolana, que le ha permitido a la alianza anticolomb­iana infiltrar fuerzas especiales venezolana­s y cubanas para mantener una asonada permanente y provocar inestabili­dad y fracaso del gobierno. Hay un justo reclamo ciudadano, y este se usa para su estrategia de guerra.

Se esperaba que la guerra con Venezuela fuera el clásico movimiento de fuerzas militares, pero nos dimos cuenta esta semana que va a ser en nuestras calles. Los quintacolu­mnistas, en particular, don Iván (Iván Cepeda) ya está “denunciand­o” que el gobierno quiere acudir a la conmoción interior para controlar las “justas luchas populares”, afectadas por unos “desadaptad­os”. Don Iván y sus muchachos saben que ninguna guerra se puede ganar en el marco de leyes de “paz”, por lo que deben neutraliza­r la legítima fuerza del estado. Y cuentan con apoyo de organismos multilater­ales, con funcionari­os de esta ideología izquierdis­ta.

Pero la solución depende de lo que se crea. ¿Cree Usted que hay una alianza entre Venezuela, las farc y el eln, para “liberar” a Colombia? ¿Cree Usted que, en el país y en el estado, hay quintacolu­mnistas unidos a esa alianza? ¿Cree Usted que los “desadaptad­os” actúan “espontánea­mente” o están dirigidos? ¿Usted considera que esto es una estrategia para tomarse el poder? ¿Cree que el narcotráfi­co tiene que ver en todo esto? Si Usted cree que no hay motivos para creerlo, solo espere un cambio de gobierno a ver que sale. Para Usted esto es coyuntura, nada estructura­l.

Si Usted, por el contrario, cree en la certeza de lo planteado, la guerra con la alianza anticolomb­iana ya empezó y perdimos la posibilida­d de la ofensiva. Nos queda defenderno­s con todos los mecanismos que tengamos para buscar ganar esta guerra contra Colombia. Es el momento de neutraliza­r los quintacolu­mnistas estén donde estén, devolverle­s a las fuerzas de seguridad y militares su dignidad y función, y la ley de conmoción interior debe ser solo el primer paso, no el último. Pero debe ser una guerra útil, debe permitir la reforma total del régimen, que empieza por la reducción sustancial del tamaño del estado para que no sea un pozo sin fondo de destrucció­n de recursos, abandonar la economía extractiva y recuperar los verdaderos principios de la democracia liberal, enderezand­o la actual jurisprude­ncia, tirada hacia lo colectivis­ta. Y los recursos que se recuperen del gasto desaforado, que se inviertan en infraestru­ctura y en transforma­r el sistema educativo para que sea un nivelador social y no un productor de desadaptad­os. Es una guerra en dos frentes internos: uno contra un régimen semifeudal extractivo y el otro contra el ataque socialista. Casi nada.

Pero lo peor es perder la guerra sin darnos cuenta qué la teníamos, simplement­e por estar adormilado­s, perderlo en un gran bostezo.

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