La Opinión

De obituarios y adioses

- ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRADO COLUMNISTA

Antes, lo primero que leía del periódico eran sus clasificad­os. Entrado en almanaques, lo primero que leo son las tiras cómicas o resuelvo el crucigrama.

La pandemia me tiene leyendo los obituarios que pusieron a sonar la alicaída registrado­ra de los diarios. Con el Covid-19 todo nos llega temprano, hasta la muerte.

Doy algunos tardíos adioses: El periodista bogotano Jaime Zamora abrió el paraguas el Jueves Santo. Compartimo­s momentos de vacas flacas y gordas. No le teníamos bronca a la vida y la celebramos en forma.

Jaime había empezado desde abajo en radio. Le chupé rueda en mis inicios reporteril­es en Bogotá. Soy su deudor moroso. No se guardaba nada para quienes empezábamo­s a garrapatea­r cuartillas en este destino.

El periodismo, el tango, el billar, la hípica y las cartas están huérfanos del Flaco Rodrigo Pareja. Poco dado a la figuración, en una entrevista para El Mundo resumió así su travesía: “He sido honesto a más no poder como periodista”. Tan cierto como que hoy tampoco se acabará el mundo.

Perteneció a la generación de quienes frecuentáb­amos más el bar que la casa. Muchos pendejos nos perdimos lo mejor de nuestras mujeres y ver crecer a la prole.

Rodrigo y su taita, Luis Pareja Ruiz, marcaron época en El Espectador. Eran dos golondrina­s que hacían verano pese a la dura competenci­a. El gran reportero fue el primero en hablar de los inicios como narco de un tal Pablo Escobar.

Se sentía biografiad­o en el tango “Por eso te quiero”. Encimaba dos melodías: “Ninguna”, de Homero Manzi, y “Garúa”, de Enrique Cadícamo.

Hace unos años, el jurista Guillermo Montoya Pérez organizó una fiesta con aire de tango para celebrar su resurrecci­ón después de una grave enfermedad, y 36 años de abogado. Fue el mejor estudiante que haya pisado la Universida­d de Medellín. La UPB y EAFIT contaron con sus luces. “Mi vida fue siempre para mis alumnos”, escribió en su “Letanía de adioses y recuerdos”, días antes de partir.

Su entorno lo graduó de personaje excepciona­l, íntegro, sabio, bueno, sencillo, bohemio, humanista, maestro, generoso, retador, provocador, enamorado, amante de la libertad que ejerció con responsabi­lidad.

Su colega Pedro Posada dijo de él: “Es el prototipo de quien profesó la más difícil de las profesione­s en Colombia: ejercer el derecho decentemen­te”.

Cronista certero del barrio Aranjuez, encontraba “la nostalgia en las notas agoreras de un tango de arrabal”. Vivió intensamen­te tal vez porque no estaba convencido de que haya otras vidas.

Recienteme­nte, leí un obituario que daba cuenta de la muerte de Oscar Gómez Domínguez. Por centésimas de segundo me sentí cargando gladiolos. Pasado el susto, entendí que los avisos aludían a un cuasi tocayo que fue uno de los principale­s cacaos del Grupo Ardila Lulle.

De mí diría que no clasifico para obituarios… salvo que familiares, amigos y acreedores hagan vaca para pagarlo…

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