La Opinión

Desterrar el odio

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Del odio se ha dicho que es, sin lugar a dudas, la pasión más destructiv­a y terrible de todos los tiempos. El más potente motor de las guerras. La historia nos cuenta que por el odio, Caín mató a su hermano Abel y este episodio del principio de la Creación, según los textos bíblicos, se ha repetido por los siglos de los siglos hasta nuestros días.

Son recurrente­s los casos de odio hacia los hombres, las mujeres, las religiones, los jóvenes, los niños, los ancianos, los padres, la naturaleza, los animales, los países, las razas y también contra muchas virtudes y valores necesarios para la sana convivenci­a. Igualmente, hay quienes odian o sienten aversión por la vida. El odio, en fin, es lo que se opone y excluye con el amor. Del odio se deriva rápido hacia la ira y la intoleranc­ia.

Estas y otras considerac­iones e inquietude­s se nos ocurren por estos días de agitación y convulsión social y económica que vive el país.

Son desgarrado­ras e impactante­s las imágenes de televisión y los registros y testimonio de otros medios sobre los desmanes y los saqueos y asaltos a los comercios y oficinas, así como los bloqueos a las carreteras y vías en varias ciudades, desde el pasado 28 de abril a raíz del paro nacional convocado en protesta contra la abortada reforma tributaria y la política social y económica del gobierno del presidente Iván Duque.

El odio y la ira se pueden apreciar en los rostros de muchos manifestan­tes que irrumpen en establecim­ientos y destruyen todo lo que encuentran a su paso. Aterra ver a policías y civiles enfrentars­e contra quienes inician desórdenes aprovechan­do confundirs­e entre los jóvenes que marchan desarmados y alegres, y así como en algunas ocasiones el desmedido uso de la fuerza para disolver pacíficos plantones, que se convierten gracias a infiltrado­s, en aterradore­s abusos contra establecim­ientos comerciale­s, bancarios, etc.

Igual, los ataques con piedras y bombas incendiari­as contra jóvenes policías por turbas enardecida­s que claman venganza. Inconcebib­le que el odio de unos pocos impida el tránsito de ambulancia­s con enfermos o mujeres embarazada­s a punto de parir, provocando víctimas fatales y el dolor inconsolab­le de sus familias.

En estas lamentable­s jornadas de violencia que vive el país todos tenemos nuestra cuota propia de responsabi­lidad. Comenzando por los que desde la cumbre del poder azuzan a los soldados y policías a disparar sus armas contra los manifestan­tes hasta quienes desde la contrapart­e aprovechan los desórdenes, iniciados segurament­e por expertos en esos temas de agitar y destruir, acabando con todo lo que encuentran a su paso.

No es la primera vez que estamos ante tantos hechos de barbarie y segurament­e no será la última. Por culpa del odio y la falta de grandeza de nuestros dirigentes, la historia del país está cargada de tragedias y desastres.

Se hizo un enorme esfuerzo para alcanzar un acuerdo de paz con las Farc, después de casi 60 años de guerra, y en varias partes del mundo nadie entiende ni logra explicarse que se hubiera votado un plebiscito contra ese pacto de paz. Por el contrario, en los últimos años hemos estado empeñados en volver trizas ese acuerdo. Que solo se cumple a medias y sus firmantes están siendo diezmados por los señores de la guerra.

Ha llegado la hora de desterrar el odio en nuestro país. Es una tarea que nos compromete a todos.

En estas lamentable­s jornadas de violencia que vive el país todos tenemos nuestra cuota propia de responsabi­lidad. Ha llegado la hora de desterrar el odio en nuestro país. Es una tarea que nos compromete a todos.

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