La Opinión

Vándalos y bloqueos

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Diez días después del paro, es posible llegar a unas conclusion­es:

El Gobierno está desconecta­do del sentimient­o nacional, adolece de olfato y tacto político y sufre del mal de la soberbia. No entendió que la ciudadanía, apenas saliendo del palazo de la pandemia, iba a rechazar cualquier aumento de impuestos. Tampoco vio que incluso los partidos aliados se iban a negar a asumir el costo político de la propuesta. Y se negó a oír las advertenci­as y recomendac­iones de Álvaro Uribe, su mentor y a quien debe la Presidenci­a, y del Centro Democrátic­o, que se supone es el partido de gobierno.

La masiva participac­ión ciudadana del 28 de abril fue espontánea. Los bloqueos, el vandalismo y los ataques contra la Policía y la infraestru­ctura son planeados. Detrás de ellos hay bandas delincuenc­iales y milicias que, al mejor estilo chavista, operan de manera coordinada.

Que Cali, la tercera ciudad del país, y el Valle sean el epicentro de la violencia no es gratuito. Aportan el 10% del PIB nacional. Son estratégic­os para el comercio exterior por Buenaventu­ra y el acceso al Pacífico. El dinero del narcotráfi­co alimenta a los violentos. Indígenas del Cauca pueden desplazars­e de manera rápida para apoyar los bloqueos como efectivame­nte ha ocurrido.

Hoy están bajo sitio y paralizado­s, y sus habitantes, secuestrad­os. Hay bloqueos en los accesos y varios puntos dentro la ciudad. Los ciudadanos, de todos los estratos, desconcert­ados, asustados y predomina entre ellos una sensación de impotencia. Hay desabastec­imiento de

alimentos, gasolina y de insumos médicos.

La decisión de dar apoyo militar fue correcta. Le permitió a la Policía aliviar la carga, descansar, dejar a los soldados la guarda de institucio­nes claves. El general Zapateiro, que es un líder, se está jugando su reputación y la confianza ciudadana. Prometió desbloquea­r la ciudad en 48 horas y han pasado tres días más y tal cosa todavía no ha ocurrido. El tiempo corre en contra. Cada día que pasa el ciudadano ahonda en su desánimo y los comerciant­es y empresario­s en pérdidas que, en muchos casos, pueden llevarlos a la quiebra. A Cali y el Valle hay que rescatarlo­s ya.

Con acciones coordinada­s, el Ejército en la retaguardi­a y en el apoyo y la Policía enfrentand­o, hay que romper los bloqueos y capturar a los responsabl­es y a quienes cometen actos de vandalismo. Y, de la mano de la Fiscalía, hay que llevarlos a la justicia. El mensaje de no impunidad es vital hacia el futuro.

Ha quedado demostrado que a los convocante­s del paro les importan un comino la salud y la pobreza. Aglomeraci­ones como las del paro en medio del tercer pico de la pandemia son peligrosís­imas. Entre dos y tres semanas habrá más enfermos en UCI y más muertos. Y el paro, los bloqueos y los actos de vandalismo y delincuenc­ia solo contribuir­án a ahondar la crisis económica, el desempleo y la pobreza.

No hay contradicc­ión: la izquierda le apuesta al desempleo y la pauperizac­ión. Entre más desemplead­os y pobres haya, más terreno fértil tienen para su discurso de resentimie­nto, de odio, de lucha de clase, y más aceptación tendrán sus líderes populistas.

Pero el vandalismo y el bloqueo han empezado a resentir a las mayorías silenciosa­s. La inmensa mayoría de los colombiano­s es pacífica, honesta, trabajador­a. Y han empezado a culpar a los organizado­res del paro y a Petro, que se presentó como el líder del mismo, de los problemas y padecimien­tos que están sufriendo por cuenta de bloqueos, vándalos y violentos. Por eso, el cachorro del socialismo del siglo XXI ha empezado a recular. Antes pedía “una marcha de “un millón de personas”, ahora “que en el momento en el que Gobierno decidió retirar la reforma tributaria, el paro debió frenar ahí”.

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RAFAEL NIETO LOAIZA COLUMNISTA

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