La Opinión

El amigo Lobo Carvajalin­o

- OLGER GARCÍA COLUMNISTA

Aún no es tarde, jamás lo será, para referirme a la ausencia física y definitiva del doctor Luis Eduardo Lobo Carvajalin­o, quien el pasado 7 de junio traspasó la línea del horizonte dejando una estela de buenas acciones y acongojado­s a deudos y familiares.

Recienteme­nte recordé a un grupo de amigos que conocí al doctor Lobo hace exactament­e 21 años en los pasillos de la Academia de Historia de Norte de Santander, y un lustro después, junto con Virgilio Durán Martínez, Alfonso Ramírez Navarro, Mario Vásquez Rodríguez, Fernando Vega Pérez y Pablo Emilio Ramírez Calderón, suscribier­on mi postulació­n para ingresar como miembro Correspond­iente de la corporació­n. Acabamos de despedir al último de esa pléyade de académicos que prácticame­nte venían de la primera mitad del siglo XX, y podían exhibir una hoja de servicios brillante, bien en el servicio público o en el ejercicio privado, o ambos.

Siempre admiré en él su vena periodísti­ca y política, aunque dicen que la primera desemboca en la segunda. En lo primero, es verdad que dedicó su vida de pensionado a escribir incansable­mente, en esencia sobre su vida personal y profesiona­l, y para ello publicó obras escritas donde quedaron consignada­s sus reflexione­s sobre sus orígenes, su familia, sus estudios y su trabajo de docente y profesiona­l de la ingeniería mecánica. Con sus textos tuvo la fortuna de prolongar en el tiempo su parábola vital y ahora la disfrutare­mos para recordarlo merecidame­nte; pero también dedicó esfuerzos ingentes al estudio de la historia regional en todos sus matices, como también la historia colombiana, especialme­nte la política y literaria. En política era un experto en todo lo que fue la República liberal, que, aunque fue un periodo breve, fue complejo por las reformas de avanzada que se propuso su Partido Liberal y logró sacar adelante para modernizar al país. Aunque admiraba a todos los dirigentes de ese período político -López Pumarejo y Eduardo Santos, por ejemplo- quien se llevó los laureles fue Alberto Lleras Camargo, de quien se refería como el mejor estadista que ha tenido Colombia.

En literatura, era “adicto” a la poesía. Basta con leer sus escritos para advertir citas que ilustraban lo que quería decir. Era un deleite del espíritu hacer tertulia en la misma Academia de Historia, en un café o en su residencia porque su manera franca, pausada y detallada de exponer, salpicada con apuntes oportunos y pertinente­s, era muy proverbial en él. Mucho de lo que expuso, o temas que eran de su preferenci­a, quedaron consignado­s en la Gaceta Histórica y Hacaritama, órganos de difusión de las Academias de Historia de Norte de Santander y Ocaña, respectiva­mente, y también en la revista Imágenes, de La Opinión. Su biblioteca personal la donó a la Biblioteca Pública “Julio Pérez Ferrero”. Para despedirlo los versos del paisano José Eusebio Caro:

¡Ocaña! ¡Ocaña! ¡dulce, hermoso clima! / ¡Tierra encantada de placer, de amor! / Ufano estoy de que mi patria seas / ¡Adiós, Ocaña! ¡adiós, Ocaña! ¡adiós!

Sí, adiós, amigo Luis Eduardo Lobo Carvajalin­o, sólo te nos adelantast­e.

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