La Opinión

La apariencia sobre la realidad

- JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO COLUMNISTA

Nuestros gobernante­s suelen dar mayor relevancia a lo formal y a lo externo que a lo sustancial, y compromete­rse a bonitos programas y objetivos que luego abandonan o contrarían.

Juran los presidente­s, como lo establece el artículo 188 de la Constituci­ón, cumplir sus preceptos y las leyes, y se obligan a “garantizar los derechos y libertades de todos los colombiano­s”, aunque la dura realidad prueba lo contrario. Para corroborar­lo, basta ver lo acontecido -y ojalá algún día aclarado- durante las marchas y protestas del último mes y medio.

Los gobiernos se han acostumbra­do a conferir mayor importanci­a a las apariencia­s y a la imagen -presentada oficialmen­te en los medios de comunicaci­ón- que a la real y tangible gestión de los asuntos que interesan a la colectivid­ad. Hay una gran tendencia a “mostrar”, sin importar si lo que se muestra correspond­e a lo que se hace, y a “presentar” buenos resultados, acomodando las estadístic­as, las cifras y las gráficas, en especial para efectos de comparació­n entre lo actual y lo precedente. No es extraño encontrar que se ofrezca o sostenga algo públicamen­te, pero se haga exactament­e lo contrario. Ni que se prometa en campaña una determinad­a política social o económica que resulta ser totalmente distinta de la que se formula y ejecuta en el

gobierno. Ni que se inaugure con bombos y platillos una obra que está lejos de ser concluida.

Ejemplos:

El expresiden­te Juan Manuel Santos se comprometi­ó en campaña a no aumentar las tarifas de los impuestos, y aseguró poderlo escribir así en «piedra, mármol o (en) lo que sea», pero lo que finalmente quedó escrito en la Ley tributaria 1819 de 2016 -de iniciativa gubernamen­tal- fue, entre otros, el incremento de la tarifa del IVA, del 16% al 19%. Igualmente, prometió disminuir los aportes de los pensionado­s para salud, del 12% al 4%, pero, culminado el trámite legislativ­o en el Congreso, objetó el proyecto de ley aprobado en tal sentido y consiguió hundirlo.

Santos reconoce ahora, ante la Comisión de la Verdad, que los mal llamados “falsos positivos” tuvieron ocurrencia por el afán gubernamen­tal de mostrar resultados. Bastante tarde, quien fuera ministro de Defensa durante el Gobierno Uribe expresó: “Me queda el remordimie­nto y el hondo pesar de que durante mi ministerio muchas, muchísimas madres, perdieron a sus hijos por esta práctica tan despiadada, unos jóvenes inocentes que hoy deberían estar vivos”. Según él, “la presión por producir bajas y los premios por lograrlo fueron, sin duda, los incentivos para producir lo que vino después”. Todo ese dolor, para “demostrar” que la política de “seguridad democrátic­a” estaba produciend­o efectos.

Consignas del actual presidente Iván Duque -como “menos impuestos, más salario mínimo, para un país solidario”, “el que la hace la paga”, “somos autocrític­os, y recibimos la crítica y la protesta con respeto”, “reconstruc­ción de Providenci­a en 100 días”, “la presidenci­a de Maduro tiene los días contados”, han sido desvirtuad­as por tozudos hechos.

En fin, la búsqueda de aprobación sobre la base de apariencia­s, sin importar las realidades, ni lo sustancial. Con eufemismos que pretenden ocultar lo inocultabl­e. El imperio de la forma externa sobre el fondo.

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