La Opinión

Un día como hoy

- GUSTAVO GÓMEZ ARDILA COLUMNISTA gusgomar@hotmail.com

Fue el 17 de junio de 1733. Hace apenas 288 años. Dicen los cronistas que ese día el sol iluminó desde temprano el valle de Guasimales, en la margen izquierda del río Cúcuta (que después se llamó Pamplona y más tarde, Pamplonita). Al lado derecho habitaban los indios Cúcutas (en lo que hoy es san Luis). Colonos y Cúcutas, separados por el río, no se podían ver ni en pintura. Se hacían señales obscenas, de uno a otro lado del río, con los brazos, las manos y los dedos; se gritaban groserías; los indios les lanzaban flechas y los blancos les respondían con tiros de escopeta.

Pero los indígenas les llevaban una ventajita a sus enemigos: Como se trataba de una encomienda, tenían un cura doctrinero que les enseñaba religión y les celebraba misa los domingos. Los blancos, que querían estar a paz y salvo con Dios, a veces se atrevían a pasar el río para asistir a los oficios divinos dominicale­s, pero les iba como a los perros en misa.

Por tal motivo, decidieron solicitar a la Real Audiencia en Santafé, que les creara la parroquia. Hicieron el memorial petitorio con firmas y todo, pero tenían un problema: Ellos no eran dueños de las tierras que habitaban. Y para constituir­se en parroquia debían demostrar ser los propietari­os. Ellos eran una invasión en terrenos de la terratenie­nte, señorita pamplonesa Juana Rangel de Cuéllar. Como la dama en mención vivía en su hacienda del Carmen de Tonchalá, acordaron ponerle la cara. Y la visitaron:

-¿Está la señorita? –preguntaro­n desde la cerca de palos y alambre de púas. No se atrevieron a entrar por miedo a los perros.

-¿Cómo para qué sería, si se puede saber? –contestó desde adentro la empleada de la cocina.

-Es un asunto personal para hablar con ella.

-¿De parte?

-De los colonos de Guasimales. -Que la esperen –les dijo al rato con repelencia, la muchacha.

Y la esperaron. Salió la matrona, dueña de considerab­les extensione­s de tierra y una gran cantidad de cabezas de ganado, los hizo seguir al corredor, les dio agua en totumas, y los escuchó: “Queremos que nos legalice las tierras que le invadimos. Que nos dé las escrituras para poder pedir que nos creen la parroquia”.

Ella les pidió un tiempito para pensarlo. Y lo pensó muy bien: “Si allá forman una parroquia, las demás tierras se me valorizan. Y ellos mismos me ayudan a cuidar para que no haya más invasiones. Mato dos pájaros de un solo tiro. Y hasta paso a la historia por mi generosida­d”.

Los citó, pues, para el 17 de junio, se puso de acuerdo con su pariente, el alcalde de Pamplona y se dispuso a donar tierras y ganado para que naciera la parroquia de san José de Guasimales. Los colonos llegaron ese 17 al Carmen de Tonchalá, llevaban pólvora, papayera y unos aguardient­es.

Se firmaron las escrituras, se prendió la fiesta, los colonos fueron dueños de lo invadido, arrancó el trámite para que les crearan la parroquia, y la doña pasó a la historia como fundadora.

En realidad, doña Juana no fue fundadora, según los ritos y las fórmulas de entonces para fundar pueblos, pero su acción sí marcó el comienzo de una villa que hoy orgullosam­ente la llamamos San José de Cúcuta.

Los historiado­res puros no la quieren. No quieren a doña Juana como fundadora. Pero los demás mortales cucuteños vivimos agradecido­s con ella y la llamamos fundadora, aunque no haya fundado nada. Sin su donación tal vez Cúcuta ni existiera. Loor y gloria a Juana Rangel de Cuéllar.

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