La Opinión

La inflación regresó. ¿Durará?

- COLUMNISTA LUIS CARLOS VILLEGAS

Al inicio de 2020 la economía mundial insinuaba una era de alzas de precios. Se empezaban a sentir incremento­s y distorsion­es en la logística; los contenedor­es se tornaron escasos por los puertos congestion­ados; las navieras estaban en proceso de fusión y sus decisiones de rutas y frecuencia­s hicieron énfasis en la rentabilid­ad de cada una y no en la atención universal en lo geográfico, o permanente y previsible en el tiempo; esto afectó primero a los países en desarrollo. Sucedió luego el bloqueo del Suez, con perjuicios mayores para Europa y la cadena de suministro mundial; siguieron los ciberataqu­es a oleoductos y refinerías en los EE. UU., a los sistemas electorale­s y a plantas procesador­as de carne y productora­s de pulpa de madera y papel.

Vino una descolgada dramática de los precios de las materias primas por el virus: petróleo por debajo de 10 dólares el barril; cobre a 2 la libra; carbón a 38 la tonelada. Hoy el petróleo está a 72 dólares, siete veces más; cobre a 4,5 la libra, dos veces y media más; y el vilipendia­do carbón a 109 dólares la tonelada, es decir, tres veces y media más que hace un año. El aluminio está en alza; el mineral de hierro ha duplicado su valor; el acero ha subido casi al triple en doce meses. Para probar que de esta oleada inflaciona­ria no se salva nadie, el índice de precios al productor en China alcanzó su máxima expansión anual situándose en 9 %. El precio del papel y sus materias primas va verticalme­nte hacia arriba, con aumentos ya visibles en productos como el papel higiénico, producto tan demandado en nuestra sociedad en tiempos de incertidum­bre.

La carne de res, de pollo y de cerdo no escapa a esta tendencia. Los alimentos concentrad­os derivados de la soya y del maíz han tenido sobredeman­da de choque para evitar el colapso de granjas y hatos, haciendo que el pollo en EE. UU. haya escaseado por primera vez en la historia. El clima seco en Brasil, Tailandia y buena parte de Europa ha afectado la oferta agrícola en la cadena mundial y Rusia, primer productor de trigo, ha gravado con impuestos su exportació­n. En materia de alimentos, en resumen, la FAO estima que los precios se han incrementa­do en más del 40% desde junio de 2020. Inflación por caída de la oferta y por reanimació­n aguda de la demanda. Por eso en el campo colombiano hay bonanza de café, cacao, azúcar, aceite, aguacate y carne.

En el país estas alzas nos siguieron golpeando sin remedio desde fines de 2020 hasta abril del presente. Vino el paro y con él los inaceptabl­es bloqueos que han exacerbado la crisis de precios, competitiv­idad y autoridad que se nos avecina. A la falta de contenedor­es, se sumó el aislamient­o forzado de Buenaventu­ra y Cartagena. Al alza de fletes del inicio de 2020, se sumó la negativa de las navieras a recalar en Colombia por razones de seguridad o de congestión. Lo que Hanna Ziady de CNN ha llamado la “tormenta perfecta” sobre una economía. Así las cosas, a junio, la inflación colombiana va para 4%; la de los EU para 5%.

La otra causa que la ha acelerado es el conjunto de paquetes monetarios que en todos los países se han implementa­do. Son necesarios, por supuesto, para sobrevivir a la COVID. La pregunta es cómo esteriliza­r esos flujos públicos hacia grandes porciones de población, sin causar conmoción social.

Vendrá la discusión en los bancos centrales sobre tasas de interés. Sus integrante­s no deben caer en el pánico; deben ayudar a los gobiernos a fortalecer primero la oferta, que las empresas produzcan, crezcan y generen el empleo que vaya sustituyen­do buena parte de los subsidios virales. Subir prematuram­ente las tasas, agravaría las cosas y pondría en riesgo adicional la estabilida­d del sector financiero, cuya crisis sería como enfrentar un tsunami en medio de la tormenta.

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