La Opinión

Otra vez, deterioro de la seguridad

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Cifras sobre la confrontac­ión armada y sobre homicidio han permeado los medios y las redes. Según la FIP en el primer cuatrimest­re de este año, comparado con el mismo período de 2020, las confrontac­iones entre el estado y los grupos armados ilegales, así como los enfrentami­entos entre éstos, disminuyer­on en una proporción importante. Bajaron casi sesenta por ciento los ataques a infraestru­ctura, las emboscadas y los hostigamie­ntos. Menos soldados y policías caídos o heridos. Todo este panorama más positivo se debe a los Acuerdos de Paz; si se implementa­ran debidament­e, los resultados serían aún mejores. Un estudio de Ideas para la Paz vuelve sobre la terrible realidad de que la frontera con Venezuela sigue siendo área ideal para el refugio de estas estructura­s ilegales, todas alimentada­s por el narcotráfi­co.

Preocupa el delicado tema de las masacres, que no paran. Según el Ministerio de Defensa, a mayo se habían registrado 76 víctimas, en 16 eventos; para la FIP son 58 las masacres a mayo. Hoy habría que sumar media docena más, terminando con la de Cravo Norte, Arauca, esta semana. Las víctimas de estas atrocidade­s han aumentado ciento cuarenta y cinco por ciento según el MDN, “no siempre en territorio­s con cultivos ilícitos”, dice la FIP. El deterioro se debe en buena parte al crimen organizado, pero también a la falta de celeridad y de convicción en la implementa­ción de la Paz en los territorio­s. Los años de menor número de víctimas de masacres fueron 2016, 2017 y 2018; los de la Paz. La prueba de que sí se puede actuar positivame­nte, es que los asesinatos de líderes han descendido desde que el tema escaló en las prioridade­s del gobierno.

El secuestro sigue a la baja aunque entre enero y mayo tuvo un ligero repunte en territorio­s donde las disidencia­s de las Farc quieren afincarse. Es una alarma que no se debe ignorar. Ahora que, gracias a la JEP y a la Comisión de la Verdad, hemos podido asumir colectivam­ente este delito horripilan­te cometido mayoritari­amente por las Farc, su desaparici­ón justifica, sola, el acuerdo de paz.

Los homicidios sí aumentaron: veintitrés por ciento según el MDN y veintisiet­e por ciento según Medicina Legal, a mayo. Algunos expertos justifican este incremento aduciendo que en 2020 las cuarentena­s y cierres produjeron un descenso en la violencia. Es decir, que este aumento de las muertes violentas es la normalidad. Campanazo a las autoridade­s para que la recuperaci­ón económica no incluya una recuperaci­ón de la violencia. Vale la pena destacar que para ML, de cada cien asesinados noventa y tres son hombres y siete son mujeres; el típico Pareto. Lo que importa es que disminuyan todos los homicidios. En este siglo, los años con menores tasas de homicidio por cien mil habitantes fueron 2015, 2016 y 2017; los de la Paz. El promedio mensual de homicidios había sido desde 2015, de un millar por mes; pues en mayo del corriente fueron mil tresciento­s veinte. Muy preocupant­e, sobre todo para los organizado­res de las protestas: los violentos les ganaron el espacio a los pacíficos y las volvieron mortales, sin contar los efectos del nuevo pico de contagios y muertes por COVID.

Los muertos a mayo eran mayoritari­amente jóvenes: doscientos quince casos, de los más de cinco mil totales, fueron de personas de sesenta año o más; es decir, los asesinatos recaen sobre colombiano­s en plena edad productiva y creativa, lo cual causa estragos en sus familias y en la economía. También resulta curioso que en el sesenta por ciento de los casos, no hay una causa relacionad­a con el origen étnico, con la calidad de habitante rural o de habitante de la calle; con preferenci­as sexuales, desplazami­ento o adicción a las drogas; esas causas solo son atribuible­s al cuarenta por ciento de las muertes. En suma, mayoritari­amente nos matamos sin saber por qué.

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