La Opinión

¿Un Gobierno rico y un país pobre?

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Quienes creemos que Colombia es un Estado Social de Derecho aceptamos sin reservas el resultado de las elecciones en que se escogió al nuevo Presidente de la República porque somos respetuoso­s de nuestras leyes, así muchos no votáramos por él.

Sólo en el campo de las especulaci­ones se podría imaginar un sistema en que el gobierno elegido sólo rigiera para sus electores, y no quedaran obligados a sus decisiones quienes votaron en su contra. ¡Absurdo!, se oiría gritar en las redes sociales. Pero esta hipótesis es sólo para enfatizar que el gobierno debe atender a la mitad del pueblo que no le dio su voto, porque el país no es entregado a un dueño individual, sino que se escoge a un “mandatario”, es decir, a quien debe cumplir lo que el pueblo “manda”.

Para pasar al realismo de la democracia, es lícito protestar por lo que pretende hacer el nuevo gobierno en contra de las conviccion­es de la mitad de la sociedad, particular­mente en lo referente a la economía del país.

Parece incomprens­ible que se quieran mejorar los ingresos del gobierno disminuyen­do la capacidad económica del país. Por ejemplo, la reforma tributaria que se radicó en el Congreso busca recaudar unos 25 billones de pesos en el año 2023 con impuestos a ciudadanos y a empresas productiva­s. Si bien, se puede ampliar la base tributaria para que paguen más las personas pudientes, no se entiende que se reduzca la producción de empresas colombiana­s como Ecopetrol que sólo con sus rendimient­os, regalías y utilidades puede cubrir lo que se aspira a recaudar con la reforma.

Esto, sin calcular lo que puede significar la disminució­n, como producto de cargas impositiva­s excesivas, de la inversión extranjera y nacional en proyectos de otros sectores.

Tampoco parece lógico quitar incentivos a actividade­s que generan empleo; aportan a institucio­nes de educación y beneficenc­ia; apoyan la protección del medio ambiente y los emprendimi­entos culturales etc. Si se calcula lo que se puede recaudar en ellas es francament­e irrelevant­e, pero su ruina obligaría al Estado a sumir esas cargas. ¡Vaya logro!

Gravar las pensiones de los colombiano­s envejecido­s o incapacita­dos es injusto porque esos ingresos son el fruto de muchos años de servicio y, generalmen­te, son el sustento de familias enteras. Disminuir la capacidad del consumo familiar para que esos dineros los administre la DIAN (con tantas historias de robos y fraudes) produce muchas dudas. Y si existen pensiones conseguida­s o liquidadas de manera ilegal, el camino es perseguir a los delincuent­es que las obtuvieron y a sus cómplices en las entidades que las decretaron.

No es razonable enriquecer al gobierno empobrecie­ndo a los ciudadanos. Lo que hace progresar a un país es el trabajo que genera satisfacci­ones y permite pagar impuestos razonables. La pobreza no se acaba con dádivas indiscrimi­nadas sino con oportunida­des.

Para no mencionar a ningún país, baste mirar aquellos que tienen gobiernos muy ricos, pero sus poblacione­s están sumidas en la miseria sin comida, sin seguridad social, sin empleos. Un país no debe gobernarse con el capricho de implantar ideologías sectarias sino con la buena fe de trabajar por el bien común. ramirezper­ez2000@yahoo.com.mx

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JUAN MANUEL RAMÍREZ PÉREZ COLUMNISTA

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