La Opinión

Voto militar

- OLGER GARCÍA COLUMNISTA

En múltiples ocasiones se ha presentado al Congreso de la República el proyecto de acto legislativ­o que le reconoce el derecho al sufragio a las Fuerzas Militares y la Policía Nacional, prohibició­n consagrada en la Constituci­ón “mientras permanezca­n en servicio activo”. Poco después de la posesión del actual presidente de la República dicho proyecto llegó al Congreso y tiene como principal argumento el derecho a la igualdad.

Durante la conocida Hegemonía Conservado­ra, que cesó en sus funciones el 7 de agosto de 1930, la Fuerza Pública fue deliberant­e y gozó del derecho al voto. Inmediatam­ente se inició la República Liberal, con el presidente Enrique Olaya Herrera, que en 1932 atendió la “petición respetuosa” de los mandos militares para que se iniciara el proceso de despolitiz­ación de la institució­n prohibiend­o el derecho al sufragio al estamento militar, lo que efectivame­nte hizo, tan solo que fue en 1945 que se constituci­onalizó.

Los argumentos a favor de la restauraci­ón del derecho al voto para la Fuerza Pública tienen alguna fuerza para convencer, por ejemplo, estos que recojo de varios medios de comunicaci­ón: la falta de igualdad, que los militares tienen profesiona­lismo y madurez institucio­nal, que es discrimina­torio que la población militar sea la única que padece de esta inhabilida­d, que es un castigo para los militares, etc.

Siempre que se habla de la deliberanc­ia y el sufragio para los militares aparece en el escenario la figura enjuta y la mente lúcida del expresiden­te Alberto Lleras Camargo y su famoso discurso de mayo de 1958, cinco días después de haber sido elegido presidente de la República: “La política es el arte de la controvers­ia, por excelencia. La milicia, el de la disciplina. Cuando las fuerzas armadas entran a la política se quebranta su unidad porque se abre la controvers­ia”. O el argumento del general Manuel José Bonnet Locarno alguna vez que le correspond­ió detener el avance de otro proyecto del mismo tenor: “El día en que los políticos empiecen a visitar los cuarteles para hacer campaña, esto se derrumba”.

En un principio se creyó que el señor presidente de la República apoyaría el proyecto de acto legislativ­o, pero en las sesiones de la Comisión Primera del Senado fue el señor ministro de Defensa, Iván Velásquez Gómez, el encargado de frenarlo, al argumentar que no es convenient­e que la fuerza pública tenga este derecho porque hay que garantizar su neutralida­d en la situación actual y se corre el riesgo de fracturars­e la unidad de las fuerzas militares. Se le abona. Al final, el proyecto fue negado por 9 votos a favor y 10 en contra.

Con un proyecto de esta naturaleza al estamento militar podría sucederle como a las altas cortes. Siempre se ha dicho que el Legislador es sabio, pero parece que esa cualidad se desvaneció en 1991, cuando los constituye­ntes, buscando la forma de armar el sistema de pesos y contrapeso­s, cometieron el error de otorgar a las altas cortes funciones electorale­s. Y se armó la de Troya: rencillas internas, discordia pública con el gobierno nacional, compromiso­s entre los postulados con los postulador­es, y otras consecuenc­ias malignas que hay que evitar en materia castrense.

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