La Opinión

El desprestig­io del buen gobierno

- @johnmario JOHN MARIO GONZÁLEZ COLUMNISTA

No necesariam­ente el mal gobierno, el amor ciego por ideas muertas, las políticas necias significar­án el surgimient­o de una alternativ­a de poder en Colombia en el mediano plazo. Hay países, tristement­e, en los que la clase política defraudó de tal manera que no hay espacio para la sensatez.

Países en los que el buen gobierno se hundió en el descrédito, en el fango de las frustracio­nes, muchas veces conjugado con históricos odios y resentimie­ntos que alinean radicalism­os irreconcil­iables.

Así que no importa que un presidente amenace con arruinar la economía con promesas de acabar el desempleo por decreto, la minería a cielo abierto y los yacimiento­s no convencion­ales. Eso a pesar de que el sector aporta más del 48 por ciento de las raquíticas exportacio­nes nacionales y de que fue precisamen­te el derrame de la bonanza minero-energética sobre la economía bogotana la que camufló la infortunad­a gestión de Petro cuando fue alcalde de la ciudad.

No importa que diga que Estados Unidos está arruinando a las economías latinoamer­icanas, que respalde exóticas conjeturas de decrecimie­nto económico o soslaye los avances científico­s para anteponer un plan global de desconexió­n inmediata de los hidrocarbu­ros.

Habría que preguntars­e, ¿a quién parece importarle que su autobiogra­fía, “una vida, muchas vidas”, trasluzca un posible rasgo de personalid­ad caótica al estar plagada de engaños? ¿A quién parece importarle que su discurso radical de transición energética no tenga un plan concreto ni conexión con su propuesta de 2018 de instalar paneles solares en las casas de la Costa Caribe, cuando ocurren incremento­s vertiginos­os de las tarifas de energía?

¿A quién parece importarle el afán de Petro de erigirse como líder latinoamer­icano con una agenda volátil y difusa? Con propuestas tan promiscuas que incluyen despenaliz­ación de las drogas, cambio de deuda externa por protección de la selva amazónica, una red de energía eléctrica latinoamer­icana con energías limpias, derechos humanos en Nicaragua o reintegrac­ión de Venezuela al sistema interameri­cano, aunque ignorando la violación de derechos humanos allí. Si bien era menester el restableci­miento de relaciones con el vecino, ello no implicaba convertirs­e en relacionis­ta público de Maduro.

De tal manera que están dadas las condicione­s para la ampliación del poder de los sectores duros de la coalición de gobierno por más que prime la confusión, una gestión económica desventura­da o empeore la seguridad o el bienestar.

Las razones son innumerabl­es. Van desde la ausencia de liderazgos en la oposición, su fragmentac­ión y débil discurso alterno. A ello se suma la fatiga que dejaron gobiernos pasados, los impactos de una eventual condena al expresiden­te Uribe y hasta, paradójica­mente, el margen de maniobra fiscal del gobierno de continuar los altos precios del petróleo y del carbón.

Además, habría que agregar los errores pueriles de sectores opositores que, no contentos con precoces marchas, a las cuales les falta juventud, ahora hacen un impertinen­te pedido de renuncia al presidente.

Pero no son los únicos. El gobierno podrá también halar políticame­nte de unos gaseosos diálogos regionales, de unas negociacio­nes de ‘paz total’ que distraerán por un buen tiempo, del gasto a manos llenas en subsidios y, si hiciera falta, hasta de la confrontac­ión callejera y la agitación del enemigo interno.

Así que por muy orweliano que parezca el presidente Petro, por mucha desazón económica e incertidum­bre que pueda causar, es bastante probable que el gobierno y sus partidos más afines amplíen los espacios de poder en lo sucesivo.

Simple y sencillame­nte porque el desprestig­io del buen gobierno, y de la confianza, no es gratuito, se paga con los intereses superiores del populismo.

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