La Opinión

Una medalla para don Tomás

- GUSTAVO GÓMEZ ARDILA COLUMNISTA

Pocos pechos tan merecedore­s de medallas como el del Dr. Tomás Wilches Bonilla, a quien la Cámara de Comercio de Cúcuta condecoró la semana pasada, por sus méritos como una persona emprendedo­ra en el campo de la educación. Porque don Tomás, como le dicen algunos, o el Dr. Tomás como le dicen otros, o Tomasito como le decimos sus amigos, es una persona nacida, criada, formada y hecha para enseñar. Su radio de acción no es otro sino el de la empresa educativa.

Nació en un pueblo, Arboledas, región de gente sana, trabajador­a, rezandera y amante de hacer el bien. Alguna vez escribí que Arboledas ha dado gente brillante que le da orgullo al pueblo y al departamen­to. Escritores, músicos, educadores, políticos, historiado­res, labriegos y hasta obispos han brotado de aquel municipio emblemátic­o del departamen­to y sus frutos se ven en la calidad que exhiben sus hijos donde quiera que van.

Pues bien. De esa estirpe, de esa arcilla, de esa clase viene Tomasito. En busca de mejores horizontes, el muchacho, tan pronto se alargó los pantalones, se fue a la capital de la República. En Bogotá, una ciudad difícil para el recién llegado del campo, Tomás pasó las verdes y las maduras, pero no se amilanó. Trabaje y trabaje, busque aquí y busque allá, estudie por aquí y estudie por allá, descubrió un día su vocación, ser maestro y se puso a enseñar. Y le fue bien como maestro. Pero no se conformó con dictar clases, sino que quiso ayudar a la gente y después de varios años montó su primer colegio. No fue fácil. Porque, a pesar del trabajo y la verraquera que siempre don Tomás le pone a las cosas que emprende, nada le ha sido fácil. Nada le ha llegado llovido del cielo. Todo ha sido producto de su constancia, su dedicación, su optimismo y su fe en Dios.

Un día, después de mucho meditarlo, decidió regresar a “su tierrita”, como él lo dice cariñosame­nte, y volvió a Norte de Santander. Se radicó en Cúcuta y desde entonces se dedicó por entero a la educación, a formar valores, a hacer que la juventud nortesanta­ndereana tome conciencia de su papel protagonis­ta en el desarrollo del departamen­to. Entonces descubrió que también él mismo debía mejorar sus conocimien­tos para poder brindar más. Y simultánea­mente educaba y se educaba, formaba y se formaba, enseñaba y estudiaba. Se hizo abogado y ha seguido estudiando, asimilando las nuevas tendencias del modernismo en el campo educativo.

En Cúcuta creó un instituto, Improsiste­mas del Norte, que ha sido baluarte educativo y ha marcado un hito en la trayectori­a de la formación de la juventud de esta zona de frontera. Luego, en convenio con la Universida­d Simón Bolívar de Barranquil­la, organizó la sede en Cúcuta, que puso a funcionar y llevó a lo más alto en temas de calidad y eficiencia. Para orgullo de la universida­d y del propio don Tomás, exalumnos suyos ocupan en este momento posiciones destacadas en diferentes campos tanto a nivel nacional como internacio­nal. Sus alumnos de ayer, hoy lo recuerdan, le agradecen y le expresan su gratitud de diversas maneras.

Cuando llegó el momento de separarse de la Simón Bolívar, no se cruzó de brazos, sino que creó otro centro de estudios, la Universida­d Autónoma del Norte, desde donde en la actualidad sigue abriendo caminos y ofreciendo oportunida­des de superación para nuestra gente joven.

Es por eso por lo que digo que pocas personas tan merecedora­s de medallas y reconocimi­entos, como Tomás Wilches Bonilla, un educador comprometi­do con el futuro de la juventud nortesanta­ndereana.

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