La Opinión

Tratado de paz de Chinácota

- OLGER GARCÍA COLUMNISTA

Ayer se celebraron en el municipio de Chinácota los 120 años de la firma del Tratado de Paz que puso fin a la guerra de los Mil Días. En realidad, esta contienda fratricida requirió la firma de tres tratados: el de Chinácota, en Santander - por aquello de la división territoria­l de la época -, con las fuerzas de Foción Soto; el de Neerlandia, en el Magdalena, con las huestes de Rafael Uribe Uribe, y el del Wisconsin, con los insurrecto­s del general Benjamín Herrera. Este último fue firmado en el buque de guerra Almirante Wisconsin, de la Armada norteameri­cana, cuyo comandante prestó sus buenos oficios, y nadie presagiaba lo que sucedería un año después, el 3 de noviembre de 1903: la separación de Panamá y la construcci­ón del canal interoceán­ico, con la ayuda de los mismos “usanos”, como llamaba el filósofo barranquil­lero Julio Enrique Blanco a los naturales de USA.

Al firmarse estos tratados de paz el Estado estaba exhausto de dinero y difícilmen­te podía embarcarse en otra aventura militar para defender el Istmo. La construcci­ón del canal interoceán­ico le dio a Colombia algunos derechos y cuando el general Omar Torrijos - de padre colombiano nacido en Roldanillo, Valle del Cauca - emprendió la lucha por la devolución de la vía interoceán­ica a Panamá, con la colaboraci­ón del presidente Alfonso López Michelsen, de Colombia, y Carlos Andrés Pérez, de Venezuela, tanto Estados Unidos como Panamá, siguieron reconocien­do a Colombia derechos valiosos. Todo se concretó con el Tratado Torrijos. Carter, suscrito el 7 de septiembre de 1977 y materializ­ado el 31 de diciembre de 1999. El general Torrijos publicó el libro “La quinta frontera: partes de la batalla diplomátic­a sobre el Canal de Panamá”.

Entrelazo estos dos temas, aparenteme­nte independie­ntes, como un recurso para evocar retazos de historia política colombiana, tan venida a menos en los últimos tiempos, desde cuando a mediados de la década de los años setenta, del siglo XX, se inició el desmonte de la historia patria en la enseñanza primaria y media y hoy ha sido difícil reimplanta­rla como materia independie­nte.

Tuvo Chinácota la fortuna que uno de esos instrument­os se firmara en su territorio, precisamen­te en el inmueble con nomenclatu­ra carrera 4º No. 5 - 27, de la calle Bolívar o calle Real, porque es el motivo preciso para que anualmente evoquemos y repasemos estos hechos: el primero, de historia política colombiana; el segundo, el Tratado Torrijos- Carter, de derecho internacio­nal público.

A veces, por las invitacion­es que llegan a la Academia de Historia de Norte de Santander -AHNS- tengo la sensación que son los particular­es, propios y extraños, como Manuel Waldo Carrero Becerra y Guido Pérez Arévalo, chitarero y playero, respectiva­mente, los que se interesan por evocar desde ese rincón de la patria hechos históricos que nos incumben, ante la mirada indiferent­e de la Administra­ción. En los actos de ayer en Chinácota, organizado­s por el Comité Cívico Permanente por la paz, fundado por Víctor Castellano­s Laguado, nos representó el académico Carlos Torres Muñoz, presidente del Centro de Historia de Chinácota y miembro activo de la AHNS.

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