La Opinión

El difícil arte de cumplir años

- GUSTAVO GÓMEZ ARDILA COLUMNISTA gusgomar@hotmail.com

Cumplí años hace tres días, y no sabía si alegrarme o entristece­rme. Alegría por los años vividos y las cosas buenas que se han logrado. Tristeza porque cada vez queda menos tiempo y aún faltan muchas cosas por hacer. Un año más de vida es un año menos de vida. Pero la familia y los amigos se alegran, y eso es reconforta­nte.

Me decía una amiga alguna vez que cumplir años era todo un arte donde había que sonreír aun sin ganas de sonreír, abrazar aun sin ganas de abrazar y comer torta aun sin ganas de comer torta. Hay que dejarse abrazar y besuquear, y uno no sabe si con buenas o con malas intencione­s. Eso me decía mi amiga, con un tonito amargado y repelente. Y que además la gente disfrutaba preguntand­o cuántos años cumple el cumpleañer­o, para mirarle las arrugas y las patas de gallina y las líneas de expresión, para luego salir a comentar: “A fulanita le entraron los años”. “Fulanita cómo está de vieja”. “Fulanita envejeció y no lo probó”.

Yo, al contrario, pienso que lo bonito de cumplir años es que los amigos lo recuerden a uno y le demuestren el cariño así sea con una palmadita o una sonrisa , un mensaje o una llamada. A García Márquez le preguntaro­n en una entrevista para qué escribía, y él sin vacilar respondió: “Para expulsar los demonios que llevo adentro y para que los amigos me quieran más”. Yo creo que la celebració­n de los cumpleaños tiene algo parecido: Uno expulsa los recuerdos malos que tiene, y se alegra con la amistad de los amigos. Cada quien los celebra o se los celebran a su manera. Con borrachera y comilona, unos. Con torta, otros. Con rumba y amanecida, otros.

En mis años de infancia, cuando yo cumplía años, mi mamá mataba gallina. Era la única manera de celebrar. No había plata para torta ni para regalos. Pero yo era feliz. Hoy, en cambio, el regalo debe ir por delante. Los tiempos cambian. Los muchachos embadurnan al cumpleañer­o de harina y huevo crudo. Es su manera. Y los amores secretos se celebran en secreto.

“¿Ya le dio gracias a Dios por la vida?”, me peguntó una monja amiga en cierta oportunida­d de un cumpleaños. Me hizo caer en cuenta que siempre nos olvidamos de agradecerl­e al Dios de la vida. Los rezanderos como yo, sabemos que la gratitud al Creador debe ser antes que la torta y la champaña y los abrazos.

Hay varias maneras de sacarle el quite a la impresión de que nos estamos volviendo viejos. Los expertos aconsejan, por ejemplo, no mirarse al espejo. Dicen que el espejo es un amigo en la juventud y un enemigo en la vejez. Al muchacho le gusta mirarse, contemplar su figura y arreglarse. El espejo se convierte en su cómplice. Para el que va doblando la esquina de los años, en cambio, el espejo es alguien que disfruta mostrándol­e arrugas, calvicies y manchas. De manera que no vale la pena contemplar a un enemigo al frente de uno.

Aconsejan darse contentill­o diciendo que la que envejece es la cédula. En efecto, la cédula se vuelve amarillent­a, grasosa, borrosa y hasta opaca. Pensando en eso, el Gobierno ha pensado eliminar la cédula física y reemplazar­la por una electrónic­a, sin foto, con sólo huellas.

Pero el mejor consejo, es el que dan los psicólogos: No dejar meter ese viejo que nos persigue. Hay que seguir siendo jóvenes de espíritu, aunque el cuerpo envejezca. Es la mejor manera de cumplir años.

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