La Opinión

Voto obligatori­o, avance democrátic­o

- CARLOS ALFONSO VELÁSQUEZ. COLUMNISTA

En buena hora se volvió a incluir el voto obligatori­o en la ponencia para el tercer debate de la reforma política que cursa en el congreso. Es, a no dudarlo, una medida eficaz y coherente con los propósitos que busca el acto legislativ­o que se sintetizan en “hacer realidad las medidas para garantizar una mejor representa­ción ciudadana, una mejor calidad en la democracia colombiana y adicionalm­ente cumplir con los acuerdos de paz” como lo declaró el ministro del Interior al radicarlo.

Mejor representa­ción ciudadana se logra por cuanto al incentivar la disminució­n de la abstención, aumenta ostensible­mente el porcentaje de la votación, cerrando además las ventanas de oportunida­d para la inveterada práctica de la compra de votos directa o indirecta, más aún si se aprueban también las listas cerradas de los partidos y movimiento­s políticos. Es más, al adoptar legalmente el voto obligatori­o la ciudadanía, paulatinam­ente se apropiará de esa institució­n valorándol­a como un mecanismo del estado para ligar su suerte a la decisión consciente de todos los ciudadanos. Es que sin la obligatori­edad del voto siempre será amplio el espacio para los tramposos y negociante­s de la política electoral en todas sus manifestac­iones.

Ahora bien, gran parte de los argumentos en contra del voto obligatori­o giran alrededor de la limitación de la libertad de los ciudadanos. Pero bajo esta misma lógica también se coartaría la libertad, por ejemplo, con la obligatori­edad de los impuestos o los peajes. Más bien la discusión hay que enfocarla respondien­do al interrogan­te de si la libertad (y derecho) de elegir es un fin en sí mismo o es solo un medio para alcanzar un fin de mayor trascenden­cia cual es el de mejorar la democracia con la transparen­cia de las elecciones. Asunto este por demás clave para que resulten elegidos los mejores y más confiables candidatos.

Los escépticos abstencion­istas dirán algo así como ¿me van a obligar a votar por los mismos políticos de siempre o por alguien que ni siquiera conozco y mucho menos me inspira confianza? Pero en realidad no son argumentos válidos puesto que existen otras opciones para los votantes: voto en blanco o tarjetón no marcado, o incluso el protestar tachándolo. Y paralelame­nte está la oportunida­d de elevar la exigencia a los medios de comunicaci­ón para que, durante el cubrimient­o de las elecciones, faciliten un mejor conocimien­to de los candidatos y sus propuestas incluyendo claro está a los nuevos liderazgos que surjan. Eso sí, el reto para el periodismo y para los comunicado­res de las campañas será mayor pues deben idear creativame­nte nuevas estrategia­s para neutraliza­r la acción de quienes se han acostumbra­do a manipular el electorado a través de las redes sociales.

En fin, con el voto obligatori­o se puede avanzar sensibleme­nte en la calidad de la cultura democrátic­a y se diluyen los incentivos perversos para las trampas, empezando por la compra y la venta del voto. Y sin la obligatori­edad se mantiene un amplio margen de maniobra para los negociante­s en las elecciones.

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