La Opinión

Un fracaso anunciado 2

- Manuel Guillermo CAMARGO VEGA columnista

En su momento, la izquierda tomó el proyecto del metro de Bogotá como una línea de campaña y esto ayudó a llevar a Gustavo Petro a la alcaldía. Como alcalde, la promesa del metro se “inició” contratand­o el diseño de un sistema férreo subterráne­o con un trazado concentrad­o en la parte centro oriental de la ciudad, sin hacerse como lo obliga un proyecto de esta magnitud, una reorganiza­ción del suelo urbano. Común en Petro, la promesa no pasó de “proyecto”.

A pesar de la mala gestión de Petro, el tema metro caló en los votantes. Enrique Peñaloza en su segunda alcaldía se vio obligado, a disgusto, a retomar el tema del metro y lo desarrolló pero considerán­dolo parte del sistema Transmilen­io, haciendo adyacentes dos sistemas con diferentes caracterís­ticas de manejo de flujo, que en ingeniería de flujo es una anormalida­d. Y decidió además que era más barato hacerlo aéreo. Considerar solo el costo de construcci­ón, no el de la vida útil es un sesgo cortoplaci­sta.

La construcci­ón es uno de los rubros de los costos de vida útil. La inversión en construcci­ón más “barata” es la de superficie, pero el problema es el mismo de Transmilen­io: tiene semáforos que restringen su capacidad de flujo y eficiencia, aumentando los costos de operación y mantenimie­nto y la calidad de la vida urbana. La construcci­ón en línea elevada (aérea) es el costo de constructi­vo intermedio, pero afecta el costo de la tierra urbana y el “paisaje”. Además el tipo de suelo y la caracterís­tica sísmica de la ciudad afectarán al alza la inversión. La inversión más alta es la subterráne­a pero deja libre la tierra urbana y tiene una vida útil extendida bajando el costo operativo. Por ser un proyecto de impacto estructura­l su análisis no solo debe ser financiero sino económico, sumándole ahorros en presupuest­o, mayores ingresos fiscales por productivi­dad e impacto social. Solo la valoración financiero-económica de la vida útil permitiría saber que es más “rentable”. El resto del mundo ya lo sabe.

El proyecto metro versión Peñaloza lo heredó Claudia López teniendo como socio inversioni­sta a la Nación en cabeza del presidente Duque que apoyó la versión Peñaloza y ella lo aceptó, no sin antes hacer su aporte de una segunda línea de metro sin siquiera haberse construido un centímetro de la primera línea, sumándole también dos trenes regionales. Y la reorganiza­ción de usos del suelo tampoco se consideró.

Proyectos de este impacto requieren claridad conceptual e institucio­nal y ambas han brillado por su ausencia. Hoy hay una empresa de BRT, Transmilen­io, y otra empresa de metro, independie­ntes y con “estrategia­s” empresaria­les distintas. No hay una entidad rectora del transporte como en el resto del mundo. Y la ciudad ya emproblema­da grandement­e en su tránsito, con las obras en superficie del metro amenaza colapso, que llevará a un crecimient­o aun mayor de motociclet­as que significar­án menores usuarios del transporte masivo y la necesidad de más subsidio estatal para la operación del sistema de carril dedicado bus-tren liviano, pues en estricto sentido, ese híbrido no es un metro. Y las demandas se deben revisar con la demografía que ya no muestra crecimient­o exponencia­l. Eso tampoco se sensibiliz­ó.

Ahora llegó a la presidenci­a Petro y condiciona lo acordado entre el Distrito de Bogotá y la Nación a su idea del metro subterráne­o. Si el año entrante su partido gana la alcaldía, vuelve y juega, recursos perdidos y más caos urbano, haciendo a Bogotá una ciudad cada vez más inviable que se condenó por jugarle a la ideologiza­ción y abandonar cualquier senda de verdadero desarrollo. Y si pierde, bloqueará el proyecto.

En la concepción del proyecto metro de Bogotá no ha primado un modelo de desarrollo, una concepción holística de la planeación, una adecuada técnica financiera y una clara visión tecnológic­a, sino más bien ha habido exceso de ideologiza­ción, consignas politiquer­as, egos y vanidades. Sólo un fracaso surge de eso: un fracaso anunciado.

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