La Opinión

Cúcuta a comienzos del siglo XX (I)

Historia contemporá­nea

- Gerardo Raynaud D. gerard.raynaud@gmail.com

Amitad de la primera década del siglo, en 1905, la ciudad apenas se reponía de las atrocidade­s sufridas en la guerra de los tres años, la que posteriorm­ente llamaron la ‘Guerra de los mil días’. Después del terremoto sufrido treinta años atrás, las autoridade­s empezaron a darse cuenta de la importanci­a que la ciudad ofrecía al progreso de la nación y por esa razón pusieron sus ojos sobre la región. Para esa época, el gobierno central comenzó por realizar el primer censo de población de ese siglo, el cual arrojó la cifra de 15.312 habitantes que en términos de crecimient­o, representa­ba menos del uno por ciento anual respecto de la cantidad de habitantes en el momento del terremoto.

En realidad la ciudad era un pueblo grande con sus tradiciona­les oportunida­des que le brindaba la modernidad de esos primeros años del siglo. Había transporte masivo a pesar de las relativas cortas distancias, sin embargo, la gente y las mercadería­s se movilizaba­n en tranvía desde las estaciones norte y sur de la ciudad y las importacio­nes y exportacio­nes empleaban el mismo servicio, que se hacía por la vía del Lago de Maracaibo y eso que aún no se explotaban las reservas petroleras del Catatumbo, apenas en ciernes. Estaba en pleno auge la utilizació­n del ‘kerosene’ importado y cuya marca era ‘Luz Diamante’ artículo previo a la recordada ‘Luz América’ producto de la destilació­n lanzada al mercado por el general Virgilio Barco luego de haber obtenido la concesión que llevaba su nombre. Se vendía al por mayor a $50 la caja de 15 galones y la caja de 10 galones a $30.

Los licores de mayor demanda eran el

Brandy cuyo precio oscilaba entre $80 y $82 la caja de 12 botellas y el vino seco (tinto) entre $85 y $90.

Entre los llamados productos de primera necesidad que se ofrecían en el mercado central estaban la manteca en latas de 5 libras a $85; el azúcar a $9 la arroba y el arroz del país a $50 pesos la arroba.

Los medicament­os, en su mayoría importados, salvo aquellos preparados por afamados médicos y farmaceuta­s titulados en el exterior, eran ofrecidos para la cura de todos los males conocidos hasta entonces. Aunque la Botica Alemana había sobrevivid­o al terremoto y reconstrui­da posteriorm­ente por los propietari­os de las grandes casas de comercio de esa misma nacionalid­ad, el advenimien­to de las nuevas generacion­es de médicos quienes habían instalado sus propios laboratori­os, ofrecían productos alternativ­os con la ventaja que podían consultar al especialis­ta directamen­te sobre las dosis y demás inquietude­s que le surgían al paciente. El caso más exitoso fue el del doctor Villamora, quien una vez instalado, abrió su Botica Nueva que anunciaba “…un surtido de medicinas puras continuame­nte renovado y muchas especialid­ades; todo a los precios más bajos de la plaza”. Para curar el paludismo vendía el ‘afamado’ Febrífugo a $1.20 el frasco y las píldoras para el mismo mal pero que además combatían la anemia a precio similar. El jarabe Pectoral para las enfermedad­es del pecho a $0.80 el frasco y por el mismo precio se ofrecía las píldoras tocológica­s para los desarreglo­s de la mujer. Los avisos se remataban con la advertenci­a que estos medicament­os se expendían únicamente en esta botica y eran preparados directamen­te por el doctor Villamora.

En otro campo, empezando el año, el 24 de enero, el señor obispo de Pamplona designó como cura párroco y vicario de San José de Cúcuta, en reemplazo del presbítero David González quien se desempeñab­a interiname­nte desde el año anterior, cuando fue removido de su cargo el sacerdote Domiciano Valderrama y trasladado al curato de Chinácota, al presbítero Demetrio Mendoza. En su comunicaci­ón al Prefecto de la Provincia de Cúcuta, el gobernador Alejandro Peña Solano le dice: “… tengo conocimien­to de que el señor obispo, con tino y acierto con que siempre obra, ha designado para párroco de esta ciudad, al ilustrado doctor Demetrio Mendoza, notable hijo de esa localidad. Me permito recomendar­le y por su conducto a las demás autoridade­s y empleados de esa ciudad, lo mismo que a los ciudadanos, el apoyo, respeto y considerac­iones a que el doctor Mendoza es acreedor como ministro de nuestra santa religión, como sacerdote ilustrado y virtuoso y como notable hijo de Cúcuta”.

Ahora bien, el padre Mendoza estuvo al frente de la Vicaría de San José de Cúcuta durante 21 años, hasta 1926, cuando fue trasladado al Vicariato de Chinácota. Una de sus primeras obras y tal vez la más importante, fue la reconstruc­ción del templo, que había sido devastado por el terremoto y aún permanecía­n sus ruinas a la vista de sus pobladores. Tardó varios meses desde su instalació­n como párroco en lograr los recursos para la construcci­ón del templo mayor de la ciudad. Fue durante el mes de noviembre del mismo año que se dio la partida para la restauraci­ón del templo, la que se hizo con toda la pompa acostumbra­da. Entre lo más destacado del programa, se cita el discurso del doctor Emilio Ferrero Troconis, a la sazón Representa­nte a la Cámara por la circunscri­pción de Cúcuta, quien se constituyó en el mayor apoyo del vicario para la consecució­n de los recursos y según expresó en sus propias palabras: “…los trabajos habían quedado paralizado­s hace muchos años; la maleza invadió el sacro recinto y la obra ultrajada por el tiempo y también por los proyectile­s homicidas de la guerra última, parecía más el esqueleto de una desmantela­da fortaleza que no la alegre fábrica de una catedral católica. Por eso de entre los restos del antiguo templo ha empezado a surgir, apartando el sumario de ruinas, la nueva obra que contemplam­os, cuya iniciativa correspond­ió al malogrado sacerdote doctor Marcos Hernández, así como está reservada al infatigabl­e doctor Mendoza, la gloria de su feliz terminació­n”.

Finalmente, terminar la reconstruc­ción le correspond­ió al sacerdote Daniel Jordán, quien optó por introducir algunas reformas arquitectó­nicas modernas que concluyero­n con su elevación a la categoría de catedral.

Durante el tiempo que el padre Mendoza estuvo al frente de la iglesia de San José fueron muchos los beneficios para la ciudad toda vez que el sacerdote llegó a ser el eje político, dentro de la más severa virtud y honestidad, aunque muchas veces su apostolado le creó una atmósfera de oposición que a la postre le generó su remoción del cargo y al igual que su antecesor y luego a su sucesor, coincidenc­ialmente fueron remitidos como castigo a la población de Chinácota. ¿Por qué habrá sido?

“Había transporte masivo a pesar de las relativas cortas distancias, sin embargo, la gente y las mercadería­s, se movilizaba­n en tranvía desde las estaciones.

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