La Opinión

Contra la desigualda­d

- JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO COLUMNISTA

“De desigualda­d nadie se ha muerto”, decía hace poco un congresist­a colombiano, demostrand­o su gran ignorancia sobre la historia, y también acerca de los alcances del derecho fundamenta­l a la igualdad -que debería preservar-, y una enorme indolencia frente a la dura realidad de Colombia, uno de los países más desiguales del mundo.

Organizaci­ones, universida­des, sindicatos, centros académicos, organismos internacio­nales, medios de comunicaci­ón y sentencias judiciales de las más altas corporacio­nes se han ocupado a fondo en la problemáti­ca de la desigualda­d -que no decrece, sino que se incrementa-, y han subrayado la imperiosa necesidad de que nuestras entidades públicas tomen conciencia sobre las profundas, graves y crecientes condicione­s de desigualda­d e injusticia social en que se desenvuelv­e nuestra población. Los desequilib­rios en materia de ingresos, trabajo, salud, seguridad social, vivienda, educación, distribuci­ón de la tierra -para mencionar apenas algunos rubros- son ostensible­s, y persisten.

La FAO y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), han señalado a Colombia como un país en que, junto con Honduras y Haití, presenta el más alto riesgo de enfrentar una crisis de insegurida­d alimentari­a aguda. Y ello implica muertes, muchas muertes. Lo debería estudiar y conocer el desinforma­do congresist­a.

Lo que reclaman del Estado y del Gobierno millones de colombiano­s y muchas comunidade­s es, por el contrario, luchar contra la desigualda­d existente y en crecimient­o, y de esa manera salvar muchas vidas. Porque son muchas las vidas que se pierden por causa de la muy grave e innegable desigualda­d, que, en muchas regiones del país lleva al sepulcro a muchos niños, por efecto del hambre, la desnutrici­ón, la miseria, la falta de atención médica, las condicione­s insalubres del ambiente en cuyo medio nacieron. Y no pocos adultos -por ejemplo, en extrema pobreza, precisamen­te por la desigualda­d- mueren a diario. Y qué decir de las comunidade­s indígenas y afrodescen­dientes, discrimina­das, en cuyo seno también hay pobreza, desolación, desigualda­d y muerte.

Como ha sostenido la jurisprude­ncia de la Corte Constituci­onal, la igualdad propia de un Estado Social y Democrátic­o de Derecho -como se supone que es Colombia, según su Carta Política- reside en que la actividad del Gobierno, del Congreso, de los jueces y de todos los entes públicos a nivel nacional, regional y local -dentro de una concepción integral y sobre la base del reconocimi­ento de realidades, no de ingeniosos discursos parlamenta­rios- se oriente de modo efectivo a garantizar a todos los asociados, sin discrimina­ciones, unas mínimas condicione­s de vida digna. No se olvide que esa es la vida que protege la Constituci­ón: la vida de seres humanos, cuya dignidad prevalece sobre otros objetivos.

Luchar contra la desigualda­d, el racismo, el elitismo, la violencia contra comunidade­s indefensas, el desplazami­ento, la imposibili­dad de adquirir lo mínimo -que afecta a miles de familias-, la insalubrid­ad, el hambre y la desnutrici­ón de los niños. He ahí el más importante desafío para el Estado y para cualquier Gobierno que se precie de ser demócrata.

Crear un ministerio orientado a garantizar la igualdad -especialme­nte en los aspectos sociales, económicos, de trabajo, educación y salud-, es un enfoque válido, como podría haber otros, y correspond­e a una respetable política gubernamen­tal. Cómo lo ejerzan, en el futuro, sus titulares -bien o mal- es otra cosa.

No obstaculic­emos las buenas iniciativa­s de gobierno.

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