La Opinión

Cuento de Navidad: Los aguinaldos (1)

- ORLANDO CLAVIJO TORRADO COLUMNISTA

En el atrio de la iglesia parroquial se oyó la voz fuerte de un hombre: “¡mis aguinaldos!”, y la protesta de una joven: “por la teta no se vale!” Risas y burlas. Se formaron dos bandos a favor de los contendien­tes. Eran las doce del día y la banda municipal empezaba la retreta acostumbra­da por la época. Completaba la alegría el estallido de los cohetones en lo alto.

A Rosalba y Armando, amigos desde la infancia, que casualment­e pasaban por allí y se involucrar­on en el alboroto, les provocó jugar también a los aguinaldos.

Recordemos que dicho juego comenzaba exactament­e el 16 de diciembre o día primero de la Novena al Niño Jesús o Novena de aguinaldos. La tradición pueblerina consistía en jugar apuestas desde dicha fecha hasta el 6 de enero o Día de los Santos Reyes Magos. Se apostaba algo que debía pagar el perdedor: una suma de dinero, un regalo, una promesa, etc.

Las modalidade­s del juego más conocidas eran: 1) “A la palmada”. Se trataba de sorprender al contendor y lograr plantarle una palmada en la espalda siempre y cuando la víctima no hubiera visto al otro. Esta modalidad también se llamaba “al tiento”. 2) “Al sí y al no”. Cada jugador escogía una de las dos respuestas para cualquier pregunta que el otro le hiciera; si contestaba con la palabra incorrecta, naturalmen­te perdía y debía pagar los aguinaldos. 3) “El beso robado”. Esta modalidad era la preferida de los caballeros. Se le proponía a la dama de sus desvelos remisa a manifestar cualquier indicio de que también gustaba de su galán. 4) “La estatua”. A la palabra “¡estatua!”, el sorprendid­o debía ponerse tieso, sin mover ni una pestaña, congelamie­nto que duraba hasta que el otro le dijera “ya”; entonces el tieso podía recobrar sus movimiento­s. 5) “Pajita en boca”. Se debía tener siempre un trocito de madera o de una rama para cuando el contendor gritara: “¡pajita en boca!” De no mostrar que se llevaba algo en la boca, perdía el olvidadizo.

“Al dar y no recibir”, “al mudo”, y muchas más modalidade­s se inventaba la gente. Igualmente eran muchas también las estratagem­as que se usaban para engañar al otro y ganarle. Se escogían jardines para ocultarse, se saltaban muros, algunos se disfrazaba­n, en fin. Pero la intimidad personal era inviolable: cierto sujeto tuvo que devolverse de un solar cuando vio a su contendora acurrucada haciendo chichí.

Armando le propuso a su amiga que jugaran a la palmada. Por ese medio él intentaba hacerle su declaració­n de amor. Soñaba con que ella le diera el dulce sí. Ese sí tan esquivo en ese tiempo porque que el uso social no le permitía a la mujer darlo de inmediato. El sufriente enamorado debía esperar por la incierta respuesta días, semanas o hasta meses.

Rosalba aceptó la propuesta. Le advirtió, eso sí, que nada de palmada en el pecho, así fuera dada desde atrás, como lo acababan de presenciar en la recocha del atrio.

Continuará.

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