La Opinión

Controles de precios

- JUAN CARLOS ECHEVERRY COLUMNISTA

¿Qué llevó a la tasa de cambio a cinco mis pesos? Anunciar una posible modificaci­ón al precio al cual los inversioni­stas de portafolio comprarían las divisas para sacar sus inversione­s, en la forma de un impuesto a la salida de capitales.

Luego se aumentó el precio que cobra el gobierno por dejar producir petróleo en Colombia, conocido en la industria como “la porción del Estado” (state take), que subió hasta 85%.

En tan solo tres meses la devaluació­n del 25% refleja este dirigismo de precios, y le ha costado el gobierno de 6 billones de pesos en más pagos de intereses.

Dos precios clave continúan controlado­s muy por debajo de su nivel: la gasolina y el diésel. Vienen así de Duque y los mantienen con un costo al estado cercano a 25 billones al año.

Ahora viene la reducción a la mitad del precio del SOAT, que costará billones, y fuerza a asegurar siniestros por debajo de los costos.

Estos controles de precios, adicionado­s a los de energía, fertilizan­tes y carne hacen que el senador Bolívar se vanaglorie de un gobierno que por fin se decidió ayudarle a la gente. Al ritmo de un precio intervenid­o por semana terminarán “ayudándole” a todo el mundo.

Cuando se fijan precios por debajo los costos o de lo que se paga fuera del país, se induce: a) desabastec­imiento, como sucederá en el SOAT y la carne, b) altísimos costos fiscales, como sucede con el diésel y la gasolina, c) incertidum­bre y corridas, como sucede con el tipo de cambio, también con inmenso costo fiscal y privado, d) colas, mercado negro y corrupción.

¿Qué tanto los precios controlado­s “ayudan” a los padres de familia? Cuento una anécdota. Por allá en 1970, al ministro de Agricultur­a se le ocurrió bajar a la mitad el precio del aceite de cocina, para ayudarle a las mamás colombiana­s. Fue en las vacaciones de junio. Cada tres o cuatro días mi mamá me levantaba a las 6 a.m. a ir a un Cafam que quedaba a ocho cuadras y hacer cola hasta las 11 a.m. Allí habían puesto un expendió oficial de aceite de cocina, que era un barril del que le bombeaban aceite al tarro que uno llevaba.

A los ocho años no entendí por qué gasté unas vacaciones madrugando a hacer horas de cola en Cafam. A la postre el generoso ministro se dio cuenta de la futilidad de su medida, que había generado desabastec­imiento, mercado negro de aceite y corrupción. Al cabo el gobierno abandonó el control del precio del aceite de cocina, y volvieron a aparecer 20 o 30 tipos de aceite, de todos los orígenes y variedades, importados y nacionales, a los más diversos precios. Las millones de mamás colombiana­s verían cuál de esos aceites les convenía más.

El Gobierno actual ya gastó una y media reforma tributaria en cubrir los subsidios de la gasolina y el diésel, y pagar intereses adicionale­s de la deuda externa en devaluados pesos. ¿Continuará­n controland­o precios?

El desplome de una economía se deriva de fijar ficticiame­nte los precios al calor de la generosida­d de los ministros de turno. Una vez se reduce ficticiame­nte un precio, se induce una protesta, como lo muestran los taxistas, motociclis­tas y camioneros del país, pues creen que no les pueden subir la gasolina y el diésel. No sucede así en Chile y Perú, con gobiernos progresist­as, pero que no incurriero­n en ese error de consentir y malcriar a la gente.

Al final todo se paga. De una otra manera, bien sea con desabastec­imiento, impuestos, colas, mercado negro, marchitami­ento económico y corrupción. Todo se paga.

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