La Opinión

Una democracia sin partidos es una mentira

- JUAN MANUEL OSPINA COLUMNISTA

Colombia demanda con urgencia una política moderna y ágil, que convoque y movilice; su ausencia es el almendrón de su crisis como sociedad. Una nueva política de alma democrátic­a, ni caudillist­a ni clientelis­ta, con partidos que, igualmente, no sean ni clientelis­tas ni caudillist­as. Colombia en su afán por abrir su democracia, para liberarla de los amarres y mañas de la política tradiciona­l liberal - conservado­ra planteó, a partir de la Constituci­ón del 91, que la solución era la conformaci­ón de una multitud de partidos; el resultado fue una explosión de organizaci­ones que rápidament­e se transforma­ron en partidos unipersona­les, movidos por simples intereses electorale­s individual­es, en lo que se conoció como la Operación Avispa.

En el anterior sistema, con todas las fallas que tuviera, los candidatos dependían y estaban al servicio del partido, no a la inversa como sucede ahora. Los partidos determinab­an quienes iban a ser los candidatos y, en el caso de elecciones a corporacio­nes, como se conformarí­an las listas, que eran listas cerradas. Fue el sistema imperante en la política colombiana hasta la Constituci­ón del 91 que daba pie, en los inicios de las campañas electorale­s, a “la guerra de los bolígrafos” entre los jefes tradiciona­les, por ausencia de una consulta interna previa.

Obviamente, era un sistema poco democrátic­o en el sentido estricto del término pero que permitía que la política no se atomizara en mil pequeñas jefaturas, en pequeños proyectos “con dueño”, al encontrar en los partidos un centro de gravedad. Aunque fuera de manera muy imperfecta, los candidatos expresaban lo que podríamos denominar el sentir o las posiciones compartida­s al interior de esos partidos, por ello, en general el perfil de los candidatos era más de centro, no polarizant­e, como sí sucedía con candidatos aislados en sus campañas personales, urgidos de diferencia­rse. Con las listas cerradas, los candidatos suman fuerzas al interior del partido.

La Constituci­ón del 91 para desterrar las razones de la persistent­e violencia en el escenario colombiano, les abrió espacios a alternativ­as políticas diferentes al bipartidis­mo tradiciona­l. El resultado fue un espacio político con una multiplici­dad heterogéne­a de fuerzas y expresione­s políticas que en vez de fortalecer­lo lo debilitaro­n; alternativ­as políticas que apuntaban más a imponer un cacique político, que a generar una propuesta transforma­dora para el país.

La inaplazabl­e transforma­ción del país coloca en el primer lugar de prioridade­s, la reconstruc­ción de las estructura­s partidista­s en Colombia, pero no para regresar a los viejos partidos. Es indudable que las listas cerradas - lo deseable en un sistema político centrado en partidos fuertes - requiere como condición necesaria, que haya democracia al interior de los partidos, pues un partido no puede proponer una política democrátic­a, si su estructura y operación no es democrátic­a La escogencia de los candidatos necesita ser el fruto de una consulta interna que exprese la voluntad de los afiliados al partido, no del bolígrafo del líder. Lo anterior debe complement­arse con que las actividade­s y organizaci­ones políticas reconocida­s legalmente estén completame­nte financiada­s por el Estado; el actual sistema, aunque formalment­e estatal deja abierta una discreta puerta para los apoyos privados, con su gran capacidad para incidir y aún decidir el resultado de los procesos electorale­s.

Resumiendo, el proyecto de reforma política deja de lado lo fundamenta­l, el establecim­iento de las listas cerradas y del procedimie­nto de consulta interna para conformarl­as, consustanc­ial de una verdadera democracia institucio­nal. Solo así será posible desterrar los personalis­mos caudillist­as que han pervertido la política donde hoy se impone y no se convoca, se arrea y no se atrae, se movilizan simples emocionali­dades y consignas y no ideas y programas. Colombia reclama partidos democrátic­os, verdaderam­ente ciudadanos, que permitan liberar a la competenci­a política de visiones maniqueas, de buenos y malos, para transforma­rse en un enfrentami­ento democrátic­o entre competidor­es y no entre enemigos; solo entonces la dinámica política dejará atrás el espíritu de simple lucha, para volverse contienda democrátic­a. El proyecto de reforma política, ignora el corazón de la realidad, es intrascend­ente y mantiene lo actual.

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