La Opinión

La paz: aspiración…, dogma nacional

- JOSÉ FÉLIX LAFAURIE RIVERA COLUMNISTA

Ortega y Gasset, en su ensayo sobre “La España invertebra­da”, planteaba que, frente a las dinámicas que empujan la desintegra­ción, se requiere una “incorporac­ión” en la que “…la fuerza tiene carácter adjetivo. La potencia verdaderam­ente substancia­l que impulsa el proceso es siempre un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común”.

En Colombia hemos hecho lo contrario. La fuerza de las armas, necesaria pero adjetiva, ha sido “sustantiva” para zanjar las diferencia­s y, por ello, hemos vivido una violencia continua y destructiv­a, no solo en lo económico, sino en la afectación de la conciencia colectiva, pues aprendimos a vivir en “modo escepticis­mo” frente a las soluciones y en “modo desesperan­za” frente al futuro.

En esta historia de violencia hemos tenido, sin embargo, destellos de esperanza. El más significat­ivo en 1990, cuando el pragmatism­o de Barco permitió desmoviliz­ar al M-19; con indulto, más realista que la costosa justicia restaurati­va, y con participac­ión política no regalada. El “eme” logró 19 curules, fue protagonis­ta en la Constituye­nte del 91 y, hoy, uno de los suyos es presidente de Colombia.

Con las Farc se intentó desde Betancur en La Uribe, pero la falta de voluntad no permitió resultados. Tendría que llegar un gobierno con una noción equívoca de paz, para firmar un pomposo Acuerdo que terminó en promesa de valor incumplida.

Fue un proceso de negociacio­nes secretas y luego públicas por presión de los medios, pero siempre a espaldas del país. Se dijeron mentiras (no se negociará el modelo de desarrollo y se negoció el desarrollo rural), se transaron apoyos y se violentaro­n institucio­nes, con la voluntad popular en primer lugar, seguida de la dignidad del Congreso en el “fast track”, y la justicia plegada a esa euforia mediática que, de paso, fracturó el país entre amigos y enemigos de la paz.

Hoy inicia una nueva negociació­n con el Eln y, sin que ello justifique su violencia, percibo rescoldos de “idealismo” hacia una verdadera transforma­ción social, lo que facilita una negociació­n que fue promesa de campaña y hoy avanza de cara al país, con una delegación gubernamen­tal que no es coro de aplausos, sino combinació­n de voces -militares, periodista­s y hasta líderes gremiales no afines al gobierno- con la buena fe como factor común.

El país se mueve entre el escepticis­mo y lo que le queda de esperanza; por ello vuelvo a Ortega y Gasset y su “dogma nacional” capaz de unir a los pueblos, porque “Un pueblo vive de lo mismo que le dio la vida: la aspiración (…). Solo grandes, audaces empresas despiertan los profundos instintos vitales de las masas”.

¿Cómo despertar esos instintos vitales?, ¿cómo entusiasma­r al país?, ¿cómo sumar esperanzad­os y restar escépticos a la ecuación de la paz? Ese es el reto, porque no hay más grande ni más audaz empresa…, que la paz.

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