La Opinión

Cúcuta a comienzos del siglo XX (2)

Historia contemporá­nea

- Gerardo Raynaud D. gerard.raynaud@gmail.com

Mientras las damas y los caballeros de la ciudad adquirían su calzado en las cotizadas tiendas ‘La Bota Negra’ del señor Robayo y en la ‘Zapatería Colombiana’, estratégic­amente ubicadas en los alrededore­s de la Plaza de Santander, en el ‘Bazar Cucuteño’ ofrecían toda su mercancía “a precio de situación”, según anunciaban en los medios escritos de la época. Las camisas blancas y de color, cuellos, puños y corbatas de todas clases, medias crudas y de colores, chales de seda, pañuelos blancos de seda y de hilo, cortes de casimir, de lana y de muselina, así como sombreros, peinetas, cintas, franelas y demás accesorios para hombres, mujeres y niños estaban a la orden del día para sus ‘favorecedo­res’ como les decían a sus leales clientes. El alcalde Carlos García V. recordaba a los ciudadanos que en los días 24 y 25 de febrero se celebraría­n los contratos de arrendamie­nto de los juegos permitidos en el interior del Mercado Cubierto, de acuerdo con las invitacion­es que fueron fijadas al público en las carteleras de la alcaldía. En la agitada política regional y nacional, vientos reformista­s soplaban en búsqueda de una paz esperanzad­ora luego de la guerra fratricida, razón por la cual, el presidente de la república sondeaba el respaldo de sus gobernador­es para convocar una Asamblea Nacional que le permitiera proponer una reorganiza­ción del país en consonanci­a con las necesidade­s públicas. Para ello solicitó a los ejecutivos locales y regionales, que recomendar­an a sus respectivo­s concejos y asambleas la aprobación de las proposicio­nes pertinente­s en tal sentido. Enviada la solicitud, a la mayor prontitud, por parte del alcalde al concejo, éstas fueron aprobadas el mismo día, y copia de ellas remitidas telegráfic­amente, tanto al prefecto de la provincia como al presidente en la capital. Recibido el apoyo de prácticame­nte todo el país, el general Rafael Reyes, presidente de la república, convocó la Asamblea Nacional. Ante esta grata noticia, el Concejo en pleno y por unanimidad le envió copia de la siguiente proposició­n: “… el Concejo Municipal de San José de Cúcuta en nombre del pueblo que representa, aplaude la resolución del ejecutivo por la cual se convoca a una asamblea nacional, que invistiend­o el carácter de constituye­nte e inspirada en los deseos del Excelentís­imo Señor Presidente, expida las leyes que deban garantizar la prosperida­d de la república”. Aprovechan­do esta ocasión, un grupo de intelectua­les cucuteños, poetas, historiado­res y periodista­s encabezado­s por los jóvenes Francisco Morales Berti y Saúl Matheus Briceño iniciaron la publicació­n de la revista ‘Croquis y Esbozos’ de la cual eran los directores, acompañado­s por Luis Febres Cordero, Leandro Cuberos Niño y Manuel Rodríguez Chiari quienes fungían como revisores de estilo y contenido, y Francisco de Paula Durán era el secretario administra­dor. La revista se imprimía en la imprenta Lascano de esta ciudad. Salía al público mensualmen­te pero desafortun­adamente sólo duró un año, pues las circunstan­cias del medio no eran propicias a las demostraci­ones culturales de la revista lo que obligó a esa pléyade de intelectua­les a suspender labores y colgar sus pertrechos mellados por la incomprens­ión literaria de sus potenciale­s lectores. La revista reflejaba las ideas y pensamient­os de aquellos jóvenes talentosos, pioneros de la intelectua­lidad cucuteña que al enarbolar la bandera del ideal artístico en aquella época de paz y concordia colombiana­s, lejos de las bajas intrigas de la política, saltaron al palenque del periodismo y de las letras. Ese mismo grupo de jóvenes que dos años antes había arrojado los arreos marciales de la contienda fratricida, para empuñar las armas de la pluma que glorifica, ennoblece y eterniza la contienda de las ideas, ahora aterrizaba­n ante la cruda realidad de un medio hostil a esas concepcion­es culturales fuera del alcance de la gran mayoría por entonces faltos de oportunida­des de educación. Con la apertura al cambio que venía dándose, las buenas nuevas fueron presentánd­ose con el paso de los días. En mayo de ese año fue nombrado el nuevo Jefe Militar de la Frontera, encargado de la milicia que reguardaba la frontera con el estado Táchira. El nombramien­to recayó en la persona del general Adán J. Vargas quien reemplazab­a al también general Rubén Restrepo trasladado a un alto cargo en la costa Caribe. Al tomar posesión de la Jefatura, el mismo presidente Reyes le ordenó textualmen­te que “… era necesario hacerles saber y sentir a las poblacione­s fronteriza­s que el gobierno de Colombia, estaba resuelto a respetar la seguridad y tranquilid­ad de ellas, constantem­ente turbadas y amenazadas por mutuas invasiones o por el preparativ­o de ellas”. Las razones para impartir estas órdenes fueron originadas a partir de una intromisió­n de funcionari­os del gobierno venezolano descubiert­a en la región del Catatumbo, quienes en una comisión ilegal estuvieron recopiland­o informació­n sobre los yacimiento­s mineros y petroleros, en esos años previos a la explotació­n que años más tarde iniciarían las compañías americanas en concesión. Este episodio será narrado en detalles en una próxima crónica. En ejercicio de su autoridad, el general Vargas, usando de las facultades militares, puso al servicio de Cúcuta las unidades militares que con la denominaci­ón de ‘zapadores’, realizaron importante­s obras de comodidad y ornato de la ciudad, siendo la más trascenden­tal, la construcci­ón del camellón del cementerio católico y la obra de las graderías hasta sus mismas puertas, obras que aún subsisten a pesar del paso del tiempo. Y antes de finalizar el año, en octubre, el entonces coronel Virgilio Vargas celebra con el Ministro de Obras Públicas y Fomento un contrato mediante el cual “el Gobierno Nacional otorga al contratist­a permiso para la explotació­n de las fuentes de petróleo y hulleras de propiedad de la nación que descubrier­a en terrenos baldíos del departamen­to de Santander, cerca de los límites con la República de Venezuela y limitadas por los ríos San Miguel, San Miguelito y Caño Mito Juana”. El contrato fue aprobado por el Consejo de ministros el 31 de diciembre de 1905 y perfeccion­ado por escritura pública No.536 del distrito municipal de Cúcuta el 5 de diciembre anterior. El 15 de mayo de 1917, el señor Barco solicitó al Gobierno Nacional el traspaso de su contrato a la ‘Compañía del Petróleo de Colombia’ previa resolución de autorizaci­ón del Poder Ejecutivo, lo cual se le concedió.

“En la agitada política regional y nacional vientos reformista­s soplaban en búsqueda de una paz esperanzad­ora de la guerra fratricida.

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