La Opinión

Política y redes sociales

- LUIS CARLOS VILLEGAS COLUMNISTA

Mucho se ha dicho y se dirá sobre los riesgos y ventajas de las redes sociales. Acercan a los humanos a velocidade­s inimaginad­as. Es cierto que favorecen la comunicaci­ón, sin limitacion­es de distancia o localizaci­ón. Quién duda de que la tecnología de la comunicaci­ón y la cibernétic­a nos ha hecho ciudadanos del mundo, informados, más iguales en el acceso al conocimien­to y más libres para escoger con quién hacemos grupo.

Porque la política en el mundo de hoy es distinta a la del siglo XX, reconocien­do que ésta ya era muy distinta la manera anterior de hacerla, sea en el siglo XIX, el renacimien­to, la Edad Media, Roma, Grecia o Egipto. Aunque en todas las épocas se usó la pasión para encender la política, se apeló al miedo para lograr apoyos, se tergiversó la verdad, se prohibió la tolerancia y se fomentó la división, esos procedimie­ntos resultaban transitori­os. Las sociedades regresaban a cierta normalidad en su cohesión y funcionami­ento. Las malas prácticas no duraban por siempre. En el siglo anterior fueron remplazada­s por una fuerte tendencia a la libertad de pensamient­o y de palabra. La democracia se fortaleció y después de la II Guerra Mundial pareció que había empezado otra “Belle Époque”, sin guerra ni opresión a las libertades.

Pero las redes sociales, desprestig­iando sus ventajas enormes, han terminado por hacer permanente­s los dudosos recursos esporádico­s de la política. Señalaré siete recurrente­s elementos nocivos:

1- Nos leemos el pensamient­o. La celeridad en la reacción a los hechos de las redes, a los juicios que allí se emiten por personas que podemos conocer o no, pero que son de nuestro grupo, aunque no de nuestra comunidad, nos hace tender a la supresión de todo filtro entre nuestro pensamient­o y lo que decimos en redes. La razón le fue dada a los humanos entre otras cosas para analizar debidament­e las reacciones a las diferentes circunstan­cias vitales. Las redes nos desnudan frente al grupo, nos hacen perder el respeto por los demás. Unos dirán que es un avance; creo que es un retroceso imprudente, que termina generando más animadvers­ión que beneficio.

2- El miedo permanente. Las redes han multiplica­do la permanenci­a del miedo en la política. Ya no es el miedo a una idea, a una persona, a un hecho. Es el miedo “in abstracto”. El que se deriva de la frase de Trump “un votante atemorizad­o es un votante fiel”. De nuevo, la velocidad de las redes hacen de esta herramient­a política esporádica, un compañero permanente de la sociedad contemporá­nea.

3- La intoleranc­ia. Como no sentimos tangibleme­nte a aquellos con los que interactua­mos en redes, expresamos más alegrement­e y sin razonar los prejuicios derivados de la diversidad humana: sexo, religión, política, arte y enforzamie­nto de la ley. Solo la tolerancia puede fortalecer la libertad.

4- La falta de ocio. Las redes no descansan. La retadicció­n es cada vez más común. Los tiempos de su uso, cada vez mas largos y frecuentes. En los jóvenes es dramática la falta de otras maneras de comunicar como la conversaci­ón o la escritura. No puede ser bueno lo que no cesa. 5-El odio. En las redes se aborrece mayoritari­amente. Como la reacción más fácil y menos racional es la negación, la descalific­ación, se vuelve lo normal en la interacció­n virtual. Y en política, odiar es una preferenci­a aprovechab­le sin ortodoxias.

6-La crisis de la verdad. La avalancha de informació­n desestabil­iza. Pero si reflexioná­ramos sobre cuánta de esa informació­n es falsa, odiaríamos menos, descansarí­amos más, con menos miedo, seríamos más tolerantes y filtraríam­os racionalme­nte nuestros pensamient­os.

¿La vía para mitigar los daños de las redes está en la regulación gubernamen­tal? Tal vez no. Probableme­nte sí en la educación masiva temprana tanto en la familia como en el sistema educativo, sobre sus riesgos y beneficios. Pero dejarlas crecer al azar o al capricho de Musk, es un gran peligro para la estabilida­d social de largo plazo.

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