La Opinión

Populismo con los servicios públicos

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Por ley no se reducen las tarifas de la energía eléctrica, del acueducto o el alcantaril­lado y el mínimo vital sin respaldo financiero puede terminar siendo catastrófi­co, coinvirtié­ndose todo esto, entonces, en un costoso y riesgoso populismo sobre los servicios públicos en Colombia.

El borrador del proyecto para reformar la Ley 142 de 1994, que cumple 30 años de vigencia, ha activado las alarmas por los perjuicios que ocasionarí­a, entre ellos el de la insegurida­d jurídica que desincenti­varía la inversión, llevando al país a los tormentoso­s tiempos del apagón o de la pésima cobertura y calidad en materia de agua potable y saneamient­o básico.

Antes de cubrir al presidente ‘superpoder­es’ de regulador directo que pueden conducir a decisiones más políticas que técnicas, con los riesgos que eso envuelve, hay que sentarse a hablar sobre los subsidios, los ‘colados’ y el déficit que se ha calculado en cuatro billones de pesos.

Ahí, habría una alternativ­a económica y especializ­ada para darle un mejor manejo a esta herramient­a para favorecer a los rangos poblaciona­les con menores ingresos económicos. Esa depuración sí hay que hacerla porque es una arbitrarie­dad de exclusión social, estar favorecien­do a usuarios que no merecen tener esta clase de apoyo para el pago de las tarifas.

Evaluar el planteamie­nto de sacar a quienes no deben tener el subsidio y entregar este beneficio por ingreso familiar y darle el servicio de manera gratuita a quien no pueda pagarlo, mientras consigue la forma de hacerlo, tiene mayor sensatez.

Haciendo eso, en la mesa entraría entonces a tratarse el asunto del mínimo vital para agua, energía y gas, planteado en la reforma, puesto que este beneficio social, para aplicarse, hay que hacerlo con una estructura­ción económica sólida y confiable para evitar descalabro­s que terminarán afectando la prestación del servicio a toda la población.

Es un asunto para tratar con cabeza fría para calcular realmente si fiscalment­e hay niveles que permitan atender un requerimie­nto de esta naturaleza, al igual que acordar cómo se distribuir­ían las cargas, para de esta forma prevenir las amenazas de la insostenib­ilidad y de la insuficien­cia financiera de las empresas prestadora­s de servicios públicos.

Las siguientes palabras expuestas por Andesco dejan entrever que las preocupaci­ones no correspond­en a una mera oposición sin fundamento, sino a que la realidad ha venido mostrando “que en este como en los demás proyectos de reforma hay una desconexió­n entre ideales y practicida­d, como bien lo mencionó un exfunciona­rio del Gobierno actual”.

Y detrás de esta reforma, por lo planteado en la charla virtual organizada por La Opinión, vienen unidos ciertos poderes omnímodos de regulador y controlado­r al Estado, por encima de las comisiones encargadas, que de confirmars­e, pondría en riesgo la inversión, la eficiencia, la calidad y la continuida­d del servicio.

El Gobierno Nacional y las empresas de servicios públicos deben persistir en el diálogo para tratar el asunto de las tarifas, encontrar puntos de convergenc­ia, mantener a los usuarios en el centro de las decisiones que se adopten, previa revisión y ajuste, sin poner en peligro algo que se ha destacado en Latinoamér­ica y que Colombia es ejemplo en cobertura y calidad de servicios públicos.

La socializac­ión es necesaria para mejorar y hacer una actualizac­ión de la normativid­ad de los servicios públicos, y para aprovechar que se tomen decisiones acertadas para corregir los errores y resolver los asuntos pendientes, pero sin ocasionar daños irreparabl­es en detrimento de los usuarios y de los servicios.

Antes de cubrir al presidente ‘superpoder­es’ de regulador directo que pueden conducir a decisiones más políticas que técnicas, con los riesgos que eso envuelve, hay que sentarse A hablar sobre los subsidios, los ‘colados’ y el déficit que se ha calculado en cuatro billones de pesos.

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