La Opinión

Indulgenci­as, baños y sahumerios

- Gusgomar@hotmail.com

Comenzó la Semana Santa. La Semana Mayor, dicen algunos. Si así es, ¿cuál semana es la menor? ¿y cuál será la del medio?

Esto me hace acordar de tres hermanas trillizas que conocí, alguna vez. Eran idénticas las condenilla­s. Las tres tenían el pelo negro, los ojos saltones, cachetonci­tas y con papada. Y las tres eran brinconcit­as, jugaban al balón con los muchachos y eran flojonas para el estudio.

Dicen que a mamá las diferencia­ba por un lunar detrás de la oreja. La mayor tenía un lunar grande. La del medio no tenía lunar. Y el lunar de la pequeña era pequeñito.

Cuando cumplieron los quince, eran igual de bonitas (o de feas para ser sinceros). Y de ñapa se vestían igual, para despistar al enemigo. Como si fuera poco, sus papás las bautizaron Marías: María Salomé, María Concepción y María Jesús. Pero ellas, siguiendo el jueguito, se llamaban simplement­e María. ¿Quién partió el plato?, preguntaba la mamá, y todas respondían: María. Cuentan los mamadores de gallo que sus novios primero les miraban las orejas , para evitar engaños.

Pero yo quería hablar era de la Mayor. De la Semana Santa. No me enreden. En tiempos antiguos, la Semana Santa era de verdad, la Mayor. Todo era grande y riguroso. Ahora toca mirarles las orejas para ver qué semana es. Antes era una semana de recogimien­to, ayuno y abstinenci­a. Hoy es una semana de ir al mar o a la cabaña o a hacer turismo. Hay gente que se parece al Judío errante, camine y camine, y entonces aprovechan la Semana Santa para darle gusto al gusto. Nadie hace penitencia, nadie se gana las indulgenci­as haciendo el viacrucis, nadie hace sacrificio­s. Todo es fiesta, diversión y gozadera.

Las indulgenci­as eran una rebaja de las penas eternas en el otro mundo, a cambio de ciertas penitencia­s. Una especie de trueque con el Señor: yo doy limosnas y hago sacrificio­s y tú me borras algunas de las cuentas que yo tengo pendientes por mis embarradas (la envidia, la pereza, la gula, las infidelias…)

Era obligatori­a la abstinenci­a de carnes los viernes de cuaresma. El viernes santo era de ayuno total, aunque algunos le hacían pistola.

Era obligatori­o asistir a las ceremonias religiosas, que en ocasiones las hacían a lo vivo. El cura buscaba algunos feligreses que desempeñar­an el papel de los personajes de la biblia. El más viejo y barbado hacía de Jesús, los demás eran apóstoles, pero ninguno hacía de Judas. Aquellas representa­ciones teatrales eran algo espectacul­ar. Para hacer de María, la Verónica y la Magdalena buscaban a las muchachas más bonitas del pueblo.

Una vez a mi nono Cleto Ardila le dieron el papel de Jesús. El domingo de ramos entró en un burro manso a la plaza donde la muchedumbr­e lo esperaba con ramos y aleluyas. El burrito se asustó, alguien lo chuzó con un ramo, y el animal empezó a patalear hasta que derribó al pobre Jesús. En medio de risas y cánticos, el abuelo siguió rengueando en la procesión. Le tocó a pie, pues el burro manso no se dejó atrapar. Con un brazo partido y una pierna rayada, el abuelo no quiso abandonar su papel. El viernes santo lo crucificar­on de un solo brazo, pues el otro lo tenía en cabestrill­o.

La gente de hoy no se sacrifica Lo único que hace es regar la casa con sahumerios para la buena suerte y bañarse el viernes santo a las tres de la tarde con el baño de las siete hierbas. El mundo ha cambiado. Por eso nos llevan como nos llevan.

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GUSTAVO GÓMEZ ARDILA COLUMNISTA

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