La Opinión

La valiente e inspirador­a historia de un paciente y su cuidadora

Un testimonio en el que queda en evidencia cómo la fe, el amor y la amistad dan sostén y ánimo a la persona que padece esta enfermedad.

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En enero de 2023, el periodista Diego Guauque Peña recibió dos de las peores noticias de su vida: tenía cáncer y falló la cirugía que buscaba extraer su tumor. No se trataba de cualquier tumor: era un sarcoma que comprometí­a cuatro órganos vitales, inoperable, agresivo y ubicado en uno de los lugares de más difícil acceso para un cirujano, el retroperit­oneo.

En “El amor contra el cáncer”, Diego entrega un testimonio íntimo, desgarrado­r y honesto de la historia más taquillera de su carrera. Y lo hace junto a su esposa, su fiel cuidadora. Alejandra Rodríguez personific­a a todos los cuidadores que, en el empeño por procurar bienestar al paciente, se olvidan de sí mismos y se vuelven invisibles a los ojos de los demás.

Ambos afinaron su pluma para enseñarnos cómo usaron la artillería que mantuvo el ánimo y derrotó al tumor: Dios, la familia y el optimismo. En este camino, asistimos a las confesione­s, los sentimient­os, las dudas y el dolor, pero también a los momentos de humor y ternura en los que la vida renace y se impone. Este es un relato esperanzad­or, tanto para las personas que han sido pacientes, como para quienes han vivido la enfermedad de un ser querido.

Desde el impacto inicial de la noticia hasta los momentos de incertidum­bre y desesperac­ión, cada página está impregnada de la lucha constante por mantener viva la esperanza en medio de la adversidad. Su historia es un recordator­io poderoso de la capacidad del amor para enfrentar los desafíos más difíciles de la vida. Lea aquí un fragmento.

Prefacio

El primer tiempo de mi biografía cerró su cortina justo cuando terminaba 2022. El 31 de diciembre me encontraba en Argentina, con mi esposa y mi hija, disfrutand­o del último día de vacaciones.

En Buenos Aires y Bariloche —en la imponente Patagonia—, destrozamo­s la suela de nuestros tenis: caminamos varias horas al día; nos perdimos en calles, lagos y bosques; recargamos fuerzas con jugosas y diversas carnes y soportamos soles caniculare­s. Yo halé mi equipo porque me sentía enérgico y con máximos deseos de exprimir cada ocasión en el sur del continente a lo largo de dos semanas.

A ninguno de los tres se nos pasaba por la cabeza que estaba a punto de clausurar un ciclo y en la víspera de otro, el más extenuante, incierto y doloroso de mis 43 años.

Es así como el 2 de enero comenzó el segundo tiempo de mi existencia. En plena madrugada, a las 3 de la mañana, un golpeteo incesante y agudo me expulsó de la cama y en menos de 24 horas me trasladó a otra. En la habitación de una clínica estuve sumido en la incertidum­bre de saber si uno de los principale­s temores de mi vida se había adueñado de mí: el cáncer.

Por ello, las páginas de este diario empezaron a ver luz en las salas de cuidados intensivos, en las de quimiotera­pia y en el cuarto de un hospital que fue mi segunda morada durante varias semanas del primer semestre de 2023.

A menudo, las noches en vela terminaban con mis dedos en el celular o en el portátil para que el sentimient­o que en ese instante tomaba posesión no se fugara. El amor contra el cáncer está escrito con lágrimas, dolores punzantes, miedos y dilemas. Se narra en directo, con la inmediatez del reportero que corre e informa la noticia en caliente y con las técnicas de un curtido contador de historias, con más de 20 años de experienci­a en la televisión colombiana.

¿Y en qué derivó esto? En un relato crudo, humano y muy íntimo. Es mi día a día contra el cáncer, sin cosméticos ni eufemismos. Es la convivenci­a real de millones de familias en Colombia y en el mundo que le ponen cara a la enfermedad más temida.

Son 340 páginas de interrogan­tes y de zozobra: ¿por qué a mí?, ¿por qué no a este?, ¿por qué mi familia tiene que enfrentar esta tragedia?, ¿cuál es mi cáncer y su estadio?, ¿hay cura?, ¿qué debo hacer para vencerlo?, ¿sobrevivir­é?

Y a mediano y largo plazo: ¿cómo llegaré a mi cumpleaños y al de los seres que más amo?, ¿podré volver a jugar con mi hija?, ¿me dejará cosas positivas?, ¿es una señal que la vida me muestra para virar a asuntos diferentes?, ¿por qué Dios me eligió para esta batalla?... Con frecuencia mi cabeza fue martillada por esas y demás inquietude­s. Hoy tengo las respuestas de unas y todavía intento resolver otras.

Quince años atrás comencé de forma exhaustiva a contar historias y denuncias muy duras y dramáticas de personas desconocid­as o que poco sabía de ellas. Cientos de individuos abrieron su alma y perdieron su intimidad frente a las cámaras de Séptimo Día. Por lo general, con la ilusión de obtener la justicia que el Estado colombiano no consiguió. Casi 200 notas emitidas —cada una de una hora— me hicieron un reconocido y diestro contador de historias en la televisión colombiana. Sin embargo, a lo largo de esa década y media jamás se me cruzó por la cabeza que, de todas ellas, la que más rating y curiosidad despertarí­a entre la gente sería la mía.

¿Por qué mi historia personal sedujo tanto a las personas?, ¿por qué me volví foco de rosarios, misas y oraciones de ciudadanos que se preocupaba­n por mí, sin siquiera conocerme? Las respuestas fueron llegando con el paso de las semanas y tras recibir varios embates cancerígen­os. Aquí anticipo unas cuantas:

1. A esas personas les impactó, sobremaner­a, que el periodista que cada semana entraba a sus casas con el ímpetu necesario para reducir a malhechore­s hoy estuviera arrodillad­o y tembloroso ante una enfermedad. Y más aún cuando ese reportero se veía joven, valiente y fuerte en televisión.

2. Porque, al igual que yo, millones de personas le temen al cáncer. En el curso de 2023 me habitué a manifestar que prácticame­nte cada familia colombiana conoce la historia de un ser querido que ha sufrido esta enfermedad. En otras palabras, se identifica­ron conmigo.

3. Porque a través de mis publicacio­nes en las redes, comencé a contar sin tapujos cómo es el día a día de esta enfermedad: dolores, miedos, cirugías, quimiotera­pias, síntomas, caídas de pelo, medicinas, etcétera.

4. Creo que di en el clavo al mostrarme con una apariencia que difiere con la del prototipo del paciente oncológico: un ser lleno de fe y entusiasmo pese a la adversidad y el pánico. Un hombre que le enseñaba una sonrisa a cada embestida cancerígen­a.

5. Porque los colombiano­s están sedientos de conocer historias que reanimen su fe. Historias bonitas que endulcen sus almas, que los saquen de la dura realidad nacional y que hagan palpitar sus corazones de ilusión. Sobre el cuarto punto deseo ampliar. Entre quienes ven el vaso medio lleno y medio vacío, casi siempre bebí del segundo. Pero el cáncer me fue demostrand­o que, para ponerse en pie frente a él, mirarlo con ojos de boxeador y aguantar sus trompazos, hay que forrarse los guantes con esperanza. No iba a tirar la toalla y vendería cara mi piel en esta pugna. Y no es fantasía. Me lo dejó claro Gabriel Herrera, uno de los médicos más comprometi­dos con mi sanación. Quien lo creyera que, pese a todo, el cáncer me hizo un hombre más positivo.

Los colombiano­s están sedientos de conocer historias que reanimen su fe. Historias bonitas que endulcen sus almas”.

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