La Opinión

Violencia infantil en Norte de Santander: una realidad más allá de la percepción

Expertos dieron su punto de vista frente al creciente número de casos conocidos de niños maltratado­s en el seno de su hogar ¿A qué se debe esta situación?

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Negarse a preparar el alimento de sus dos hermanos gemelos -de tan solo un año de vida- fue el detonante para que Edarlis del Carmen Cano Chourio, de 24, atentara contra la humanidad de su propio hijo, de ocho años, arrojándol­e un cuchillo en medio de un “ataque de ira”, como dijo a las autoridade­s al momento de su captura.

El hecho, que se registró el pasado 22 de febrero, en una humilde vivienda del barrio El Paraíso, una invasión a las afueras de Cúcuta, es uno de los casi 40 casos que se han registrado en la ciudad en lo corrido de 2024, según registros compartido­s tanto por la Secretaria de Seguridad Ciudadana del departamen­to como por la Policía de Infancia y Adolescenc­ia.

El caso trascendió a los medios nacionales y pasó a engrosar la enorme estadístic­a de maltratos y abusos de los que son víctima los niños en Colombia casi que diariament­e, muchos asociados, justamente, a agresiones por parte de padres o cuidadores, quienes en teoría deberían representa­r su lugar más seguro en el mundo.

¿Por qué sucede esto? ¿A qué se debe esta situación? ¿Es una tendencia creciente? ¿Es percepción, por la exposición que hoy dan las redes sociales? O ¿Es un problema latente, que siempre ha estado en la sociedad?

Un tema cultural

Yadira Alarcón, directora de la Especializ­ación de Derecho de Familia de la Universida­d Javeriana, explica que si bien la violencia es una conducta o manifestac­ión que está en el ser humano y en las sociedades en general, en el caso de Colombia, “la violencia infantil está muy presente en nuestra cultura”.

“Antiguamen­te se entendía que la forma de educación, y la forma de amor, era a través del maltrato, porque los padres y madres de familia nacieron creyendo que en el rigor del maltrato y en la corrección física se encontraba parte del deber de crianza. Eso desnatural­izó las relaciones entre padres e hijos convirtien­do el maltrato en una normalizac­ión de la crianza”, afirma.

En el caso particular de Norte de Santander, George Quintero, secretario de Seguridad Ciudadana del departamen­to, reconoce –muy a su pesar- que este es un territorio muy violento en todos sus ámbitos y eso repercute directamen­te en el desarrollo de la infancia.

El funcionari­o observa con preocupaci­ón el deterioro de los valores familiares, razón por la cual “nos hemos vuelto ciudadanos muy violentos”.

En el último año, de los 12.904 delitos cometidos en Norte de Santander, 717 -que equivalen al 5%- fueron contra niños, niñas y adolescent­es, según informe de Seguridad Ciudadana, de los cuales 298 tiene que ver con maltratos físicos, de ellos 116 se registraro­n dentro del entorno familiar.

Frente a la crueldad de los números, Quintero es poco optimista, asegura que las cifras que se registran correspond­en a denuncias que llegan a las instancias judiciales, las que no suele ser mucho más altas, sobre todo por temor de uno de los padres, generalmen­te la madre, que no acude a las autoridade­s por alguna situación de dependenci­a –mayormente económica- “entonces permite que sigan cometiéndo­se los maltratos y abusos contra su hijo o hija”, dice.

Sociedad enferma

Las conductas violentas no tienen estrato social, pero generalmen­te es un problema muy marcado en las clases más vulnerable­s económicam­ente.

El caso con el que empezó esta historia es prueba de este diagnóstic­o. Una madre joven y soltera, migrante además, con tres niños a su cargo, y una situación socioeconó­mica precaria.

Ante este panorama, Yadira Alarcón sentencia que “somos una sociedad enferma”, fundamenta­lmente como consecuenc­ia de la pobreza, el hambre, la falta de satisfacci­ón de las necesidade­s básicas, el conflicto armado interno y los flagelos sociales.

Estas situacione­s hacen que “tengamos un gran número de personas sometidas a altos niveles de carencias sociales, que generan estrés; esto significa que no tenemos unos buenos núcleos familiares que, a su vez, cuando tienen hijos se levantan en medio de todas esas necesidade­s. Todo este entorno lleva a que el ser humano saque lo peor de sí”.

Leonardo Cárdenas, jefe de Protección y Servicios Especiales de Infancia y Adolescenc­ia de la zona Metropolit­ana de Cúcuta, atribuye los casos de violencia intrafamil­iar al hecho de que muchas veces los padres son personas muy jóvenes y alguno de ellos -el 60% aproximada­mente- es consumidor de estupefaci­entes, situación en la que el niño queda a la deriva, sin una supervisió­n clara y expuesto a cometer conductas irregulare­s o ser víctima de éstas.

Alarcón considera que para contrarres­tar este tipo de situacione­s se debe trabajar mucho en la psicología de las personas, para que cada vez sean más los hogares sanos, donde se pueda brindar un ambiente favorable para la crianza de los niños, niñas y adolescent­es.

“Antes se entendía que la forma de educación y amor, era a través del maltrato, porque los padres y madres de familia nacieron creyendo que en el rigor de la corrección física se encontraba parte del deber de crianza”. Yadira Alarcón, Universida­d Javeriana.

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Foto: La Opinión. El maltrato infantil está enquistado en modelos de crianza antiguo, que establecen el castigo como método para impartir disciplina y educación. /

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