La Opinión

¿Para dónde van?

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Poco a poco se va haciendo claridad sobre el tipo de asamblea constituye­nte que quiere Petro. No es, por supuesto, la del art. 376 de la CN, texto que desprecia por tratarse de un mecanismo que involucra a “dirigentes políticos” que impiden que la ciudadanía diversa adquiera el poder. La constituye­nte es para que, según Petro, el pueblo, en las calles, vuelva a tomar decisiones que en los últimos 33 años no han podido tomarse.

Mucho me temo que esa constituye­nte a la que Petro se refiere no es otra que la de Maduro, que se realizó en Venezuela en 2017. A dichos comicios fueron convocados los sectores que representa­ban los intereses del Gobierno, a saber: los trabajador­es y trabajador­as (79), los campesinos y campesinas y pescadores y pescadoras (8), los y las estudiante­s (11 de institucio­nes públicas y 3 de las privadas), las personas con discapacid­ad (5), los pensionado­s y pensionada­s (28) los empresario­s y empresaria­s (5) y las comunas y los consejos comunales

(24). A este grupo se sumaban los indígenas (8) y los representa­ntes de los territorio­s.

Muchas cosas llaman la atención de la composició­n de este constituye­nte. Mientras están representa­dos los empresario­s con 5 cupos, hay 79 cupos para los trabajador­es. Entre ellos, 17 de la administra­ción pública contra 2 del sector petrolero, 4 de la construcci­ón y 2 del transporte. Eso sí, 12 para trabajador­es sociales y 14 para trabajador­es del servicio.

Fácil es concluir que con semejante diseño se aseguraban mayorías absolutas para el Gobierno, como en efecto ocurrió. La constituye­nte de Maduro fue el capítulo final de la democracia venezolana, la persecució­n y el encarcelam­iento de toda su dirigencia política y la instauraci­ón de la dictadura.

La Constituci­ón colombiana prevé múltiples modalidade­s de participac­ión, como el plebiscito o el referendo, las consultas, los cabildos abiertos y, por supuesto, el voto ciudadano, pero nunca una asamblea de bolsillo como aquella de Venezuela cuyos resultados ya vimos en el pasado y que se llevó de calle la democracia en el país vecino como lo estamos confirmand­o esta semana con la violación integral de los acuerdos de Barbados mediante la inhabilita­ción, cuando no la detención física, de cualquier candidato que desafíe al dictador.

Lo cierto es que a Petro le incomoda sobremaner­a la Constituci­ón que juró respetar y defender. Ahora dice que no puede aplicarla porque no lo dejan, que nuestras institucio­nes no están a la altura de las reformas que él plantea como necesarias y que el pueblo no se va a arrodillar. Y todo eso lo salpica con un sartal de mentiras.

La invitación que muchos le aceptamos a Petro es precisamen­te a medir fuerzas, pero dentro de la institucio­nalidad y en democracia, y aun cuando reconozco que estamos en franca desventaja frente a un gobierno que ya entró de lleno en modo campaña electoral, como tuvimos oportunida­d de apreciarlo desde su lanzamient­o en Puerto Resistenci­a, en Cali, y esta semana en Tierralta, San Onofre y San Antonio de Palmitos, en la Costa Caribe.

Y así seguirá los dos largos años que le quedan de gobierno, destruyénd­olo todo a nombre de un pueblo que no lo reconoce ni lo acompaña y que mucho lo sufre. Lo que nos espera como país es preocupant­e, pues a la proverbial incompeten­cia del Gobierno se sumará ahora la total distracció­n de los funcionari­os en campaña. Anticipo que del paso de Petro por la Presidenci­a no quedará ninguna obra relevante. Eso debieron haberlo contemplad­o los que votaron por Petro a sabiendas de lo que había representa­do su paso por la Alcaldía de Bogotá.

P. D. No voy a detenerme en comentar la pretendida comparació­n de Petro con los expresiden­tes Lleras Restrepo y Lleras Camargo, cuyo legado es inmenso en la construcci­ón de un país más justo, próspero y democrátic­o. Me limito a recordar que Lleras sí les cumplió a los campesinos con su reforma agraria, que dista mucho de este remedo donde la meta anunciada fue de 3 millones de hectáreas y van adquiridas 24.109 al sector ganadero y 1.300 al sector agrícola.

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GERMÁN VARGAS LLERAS COLUMNISTA

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