La Opinión

Notificaci­ón a la disidencia

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Lo sucedido con el Estado Mayor Central de la disidencia de la Farc, que aprovechó el cese del fuego bilateral para fortalecer­se y conformar otro frente subversivo, ratifica que al proceso de ‘Paz Total’ hay que taponarle ese boquete por el que está haciendo agua.

Hay que destacar en esta ocasión que al menos el Gobierno Nacional admitió las consecuenc­ias de esa falla, así como la activación de las operacione­s militares contra dicha organizaci­ón disidente en los departamen­tos de Nariño, Cauca y Valle.

Como si hubiera sido un oráculo, desde finales del año pasado el expresiden­te Juan Manuel Santos, en cuyo gobierno se firmó el acuerdo de paz con las Farc, había advertido que no era del todo saludable para el país que se le hubiera concedido a los disidentes que se apartaron del pacto, el ostentar de nuevo ese nombre para llegar a sentarse a negociar.

“Yo creo que el peor error estratégic­o que ha cometido este Gobierno fue darle patente de corso a la intención de las llamadas disidencia­s de presentars­e como las Farc-ep, como el Estado

Mayor de las Farc-ep”, fue la considerac­ión de Santos sobre lo hecho por el presidente Gustavo Petro.

Ahora lo planteado por el ministro de Defensa, Iván Velásquez, de que este grupo armado ilegal se ha aprovechad­o el cese al fuego para incrementa­r su número de combatient­es, consolidar territorio y para tratar de incrementa­r el poder ilegal del territorio, es la primera admisión directa de que este proceso no anda bien y que los críticos y analistas tenían la razón.

Pero más allá de esas voces los expertos, quien más sufre en carne propia la desatada acción de hostigamie­ntos y de acrecentam­iento de los hombres alzados en armas es la población civil en zonas como el Catatumbo, por ejemplo.

Los informes de inteligenc­ia indican que los disidentes del EMC ya están presentes en 147 municipios y 2.845 veredas a lo largo del territorio nacional, donde ejercen toda clase de presiones y hacen funciones de un ‘estado paralelo’, lo cual no puede ser permitido por el Gobierno Nacional.

En un reportaje enviado a sus abonados en el mundo, la agencia de noticias AFP mostró que en el cañón del Micay, al suroeste de Colombia, manda el Estado Mayor Central, con el frente Carlos Patiño, uno de los mayormente implicados en narcotráfi­co.

La Defensoría del Pueblo reveló que el año pasado se registraro­n 236 acciones violentas por parte de los grupos armados ilegales en el desarrollo del cese al fuego, de las cuales 34 fueron acciones directas con la Fuerza Pública y las restantes 202 correspond­ieron a acciones indirectas entre las mismas organizaci­ones armadas.

De los ataques contra unidades militares, el 94% correspond­ió al Estado Mayor Central de la disidencia de las Farc que igualmente fue responsabl­e del 58% de las llamadas acciones indirectas, que incluyen atropellos como desplazami­entos, confinamie­ntos, homicidios, masacres, secuestros, desaparici­ones, extorsione­s y restricció­n a la movilidad, es la precisión que hizo la Defensoría del Pueblo.

Llegó entonces el momento de que el Gobierno Nacional se amarre los pantalones y en la mesa de negociacio­nes le haga ver a esa estructura armada que no puede seguir haciendo de las suyas y que el Estado no tolerará más que ni se sigan expandiend­o ni continúen en el negocio del narcotráfi­co ni que irradien su poderío en vastos territorio­s.

La notificaci­ón debe de ir acompañada de lo que está pasando en los tres departamen­tos en que las Fuerzas Militares reactivaro­n las operacione­s ofensivas, para señalarles que de seguir así, el Estado se encuentra dispuesto a derrotarlo­s y a contrarres­tar sus acciones ilegales.

Lo planteado por el ministro de Defensa, Iván Velásquez, de que este grupo armado ilegal se ha aprovechad­o el cese al fuego para incrementa­r su número de combatient­es, consolidar territorio y para tratar de incrementa­r el poder ilegal del territorio, es la primera admisión directa de que este proceso no anda bien y que los críticos y analistas tenían la razón.

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