La Opinión

Su majestad, el crucigrama

- Fuad.chacon@outlook.com

Madrid.– Era mi ritual tres veces a la semana tras llegar del colegio. Corría a la portería y le preguntaba al celador por el ejemplar del periódico local que algún vecino generoso con suscripció­n cedía diariament­e para lectura de todo el edificio. Con las semanas desarrollé una cierta habilidad, casi profesiona­l diría yo, para localizar al vuelo la página que me interesaba y extraer el crucigrama a cuatro columnas con precisión prácticame­nte quirúrgica y sin profanar el doblez natural de la prensa. Los acumulaba por decenas en una gran carpeta plástica para que, de cuando en cuando, mi madre y yo los llenáramos recostados en la cama durante las tardes muertas del fin de semana. Aún hoy, aquella búsqueda en equipo de palabras entrelazad­as es de mis recuerdos más felices de infancia.

Segurament­e no soy el único al que este pasatiempo le genera cierto tipo de añoranza, pues desde 1913, cuando Arthur Wynne publicó el primero en el suplemento del New York World, el crucigrama ha tomado por asalto el planeta y se ha convertido de forma incuestion­able en el gran abanderado de la diversión en los medios de tinta impresa. No hay sopa de letras, desafío de siete diferencia­s ni sudoku, en cualquiera de sus múltiples modalidade­s, que pueda hacerle sombra al verdadero consentido de los lectores, aquel que tiene un puesto asegurado en todos los diarios del planeta y que, incluso, muchas veces consigue que se le imprima a doble página y a todo color para su exuberante despliegue de poder, que cualquier articulist­a envidiaría, en la edición dominical de variadas publicacio­nes.

Aunque, sin duda alguna, quien ha sabido llevar la pasión por los crucigrama­s a nuevos niveles de devoción con disciplina religiosa ha sido The New York Times. Esto no sólo porque la réplica autografia­da y enmarcada de cualquiera de sus crucigrama­s diarios publicados desde 1951 pueda comprarse en su web por unos $600.000, sino porque su mundialmen­te famoso “The Crossword” sólo puede ser jugado por aquellos lectores que contraten la suscripció­n digital más cara del periódico o, alternativ­amente, por quienes compren un complement­o adicional que únicamente da acceso a los juegos que ofrece su portal. Que el usuario básico pueda leer los textos de un Nobel de economía como Paul Krugman, pero no probar suerte con el crucigrama de turno demuestra cuál contenido realmente paga las facturas en el 620 de la Octava Avenida.

Otro que no se queda atrás es The New Yorker, cuya portada de esta semana hace homenaje a la pasión de los neoyorquin­os por este pasatiempo y quienes desde 2021 decidió permanente­mente imprimir el suyo propio (conocido por sus graciosas pistas con contenido político subliminal) en la última página de cada tiraje semanal, mientras con artículos como el titulado “Rearrangem­ents” de diciembre pasado buscan impulsar una nueva tendencia entre los creadores de crucigrama­s que promueve el uso de palabras diversas que reflejen la multicultu­ralidad norteameri­cana. Una idea que no gusta a los más tradiciona­les, pero que abre un fascinante debate que demuestra, una vez más, la contundent­e influencia social de este sencillo pasatiempo.

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FUAD GONZALO CHACÓN COLUMNISTA

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