La Opinión

Pacta sunt servanda

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La convivenci­a, la paz, la economía y el progreso en el mundo serán objetivos imposibles si se abre camino a la tendencia que observamos, al menos en algunos países, a ignorar, tergiversa­r y violar el Derecho Internacio­nal.

Hoy, infortunad­amente, para algunos gobernante­s resulta de mayor importanci­a satisfacer los intereses políticos de corto plazo que respetar los principios y reglas de las convencion­es y tratados internacio­nales. Son prescripci­ones, no puras sugerencia­s, solicitude­s o buenas intencione­s, como se dice a veces con inaceptabl­e desparpajo. Se trata de verdaderos actos jurídicos y compromiso­s con efectos vinculante­s para los Estados y sus gobiernos, y, por tanto, consagran derechos, obligacion­es, deberes, cargas y responsabi­lidades, todos los cuales -so pena de sanciones- deben ser honrados, cumplidos y observados estrictame­nte por todos aquellos que han celebrado y ratificado los pactos internacio­nales.

Toda vez que, durante los últimos años, el mundo ha visto atónito, en vivo y en directo, desde Ucrania y Gaza, la vulneració­n de todas las normas y restriccio­nes que impone el Derecho Internacio­nal en caso de guerra, así como el total desconocim­iento y violación de la convencion­es y tratados que protegen a la población civil, a las mujeres, a los niños, a los enfermos y a las organizaci­ones humanitari­as, algunos otros gobiernos comienzan a transitar el peligroso camino de la violación del Derecho Internacio­nal. Esto no debe seguir sucediendo, pues lo que está de por medio y en peligro es -nada menos- la convivenci­a civilizada entre los pueblos.

Este cinco de abril -en el curso de una operación sin precedente­s-, en Quito (Ecuador), fuerzas armadas oficiales irrumpiero­n de manera violenta en la sede de la Embajada de México, con el objeto de sacar de su interior y arrestar al exvicepres­idente ecuatorian­o Jorge Glas -asilado allí-, bajo el pretexto de evitar su huida del país, a pesar de ser investigad­o por varios delitos.

El hecho es de una enorme gravedad, y con razón ha sido condenado de manera inmediata por la comunidad internacio­nal. Lo debe ser también por la administra­ción de justicia internacio­nal, ya que ha sido vulnerada una de las reglas básicas del Derecho Internacio­nal: nada menos que la inviolabil­idad de las sedes diplomátic­as, garantizad­a en la Convención de Viena de 1961, asumida por todos los países de la región, como lo han recordado la ONU y la OEA.

Según la Convención, los locales diplomátic­os son inviolable­s. “Los agentes del Estado receptor no podrán penetrar en ellos sin consentimi­ento del jefe de la misión”. En este caso, el jefe encargado de la Embajada fue agredido, inclusive físicament­e.

Diego García-sayán, expresiden­te de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, señala el acto en referencia como “escandalos­amente contrario al Derecho internacio­nal”.

La reacción de América Latina y la del mundo entero deben ser firmes e inmediatas. Y es exigible una sanción ejemplar. No solamente se ha pasado por encima del respeto y la inviolabil­idad que, según la Convención de Viena, exige el Derecho Internacio­nal para las sedes diplomátic­as, sino que se ha desconocid­o la Convención Americana de Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica, de 1969) y la de Caracas de 1954, sobre derecho de asilo.

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COLUMNISTA JOSÉ GREGORIO hernández GALINDO

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