La Opinión

La educación como motor del bienestar humano

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Para lograr el bienestar económico y social de la población se requiere producir bienes y servicios que se obtienen con base en la utilizació­n del trabajo y del capital (factor que comprende la suma de capital de trabajo o dinero y la infraestru­ctura conformada por la tierra, edificacio­nes, maquinaria, vías, red de servicios públicos, etc.)

A primera vista pareciera que el trabajo fuera solamente uno de los dos factores de producción requeridos, pero no: realmente, a largo plazo, es el único factor de producción. Si se tiene en cuenta que para obtener el capital fue necesario en años o períodos anteriores aplicar trabajo, llegamos a la conclusión de que todos los bienes y servicios que consume la población se deben únicamente al trabajo.

Una manera amplia de decirlo: las tierras son utilizadas siempre y cuando el hombre las adapte, con su trabajo, al proceso productivo; el capital de trabajo la obtienen algunos empresario­s gracias a que otros, anteriorme­nte, han ahorrado dinero; la maquinaria, vías, red de servicios públicos, etc., se tienen hoy, gracias al trabajo que llevan incorporad­o. Nada existiría si no fuera por el trabajo del hombre. Según la historia del pensamient­o económico esta afirmación del “valor trabajo” se debe a los llamados economista­s clásicos como Adam Smith, David Ricardo y al mismo Carlos Marx.

Por lo tanto, si un país desea aumentar la producción de bienes y servicios debe incrementa­r el trabajo: la cantidad, pero, sobre todo, la calidad del trabajo. Aquí aparece la enorme importanci­a de la educación.

Efectivame­nte, no es hablar en forma aislada de educación; no es pensar que si las personas van a la escuela, colegio o universida­d ya están preparadas para aportar eficientem­ente al bienestar económico y social. Es hablar, por el contrario, de que la educación debe ser apropiada, en cuanto a pertinenci­a y calidad, a lo que está produciend­o y a lo que se puede producir

Desafortun­adamente, a pesar de las tantas “misiones de sabios” organizada­s, en Colombia el grave problema sigue siendo la falta de pertinenci­a de lo que se enseña y estudia en relación con lo que se requiere y a la calidad.

Quizá el único nivel de educación que es pertinente es la primaria; en el bachillera­to se siguen estudiando asignatura­s que aportan muy poco al verdadero propósito de la educación. Y lo que aún es más grave, la universida­d se ha convertido en la “gran fábrica de ilusiones incumplida­s” para muchos colombiano­s, porque se estudian carreras que no se requieren o que ya presentan excesiva oferta de profesiona­les.

No obstante, lo más grave es la deficiente calidad educativa porque el cuerpo docente, en una buena parte, también la tiene. Es un círculo vicioso del profesiona­l preparado deficiente­mente que se convierte en docente, continuand­o el desafortun­ado círculo.

Por haber dejado para el final el tema, no quiere decir que la educación no sea importante como fuente de empoderami­ento de los derechos humanos, políticos y sociales y de las obligacion­es subsecuent­es. Por el contrario, lo es más que aquella dedicada a capacitar mano de obra. La descomposi­ción social que vive el país es la prueba más fehaciente de su importanci­a.

Un aporte fundamenta­l de la escuela económica institucio­nalista es demostrar que el progreso económico y social equitativo, requiere que los ciudadanos conozcan las normas óptimas de convivenci­a, de acción productiva y las apliquen debidament­e y en esto el papel de la educación es determinan­te.

En la búsqueda del bienestar económico y social del ser humano, él es el objetivo, pero también es el instrument­o y en ello es fundamenta­l la educación. Esperamos, entonces, expectante­s, el aporte de la proyectada ley de reforma a la educación superior. Ojalá no sea otra desilusión.

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GUSTAVO GARCÍA F. COLUMNISTA

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