La Opinión

Estatizar y clienteliz­ar la salud, a las buenas o a las malas

- (*)Senadora

La Comisión Séptima del Senado colombiano votó por archivar la reforma de la salud del Gobierno de Gustavo Petro. La decisión se dio en el contexto del desfinanci­amiento del sistema de salud, que, de acuerdo con la Administra­ción, condujo a la intervenci­ón de dos importante­s entidades promotoras de salud (EPS): Sanitas, el día anterior a la votación, y la Nueva EPS, mientras se desarrolla­ba la sesión.

Por los tiempos en los que se dieron las cosas, difícilmen­te la decisión de intervenir dichas EPS y archivar el proyecto de reforma puede entenderse como una coincidenc­ia. Los indicios muestran que el Gobierno amedrentó a una de las EPS más exitosas del sector privado, en el caso de Sanitas, y cooptó una de las mixtas más grandes del país, en el caso de Nueva EPS, en la que hay una importante participac­ión de las cajas de compensaci­ón familiar. La intervenci­ón implica la remoción de sus órganos de administra­ción.

Al mismo tiempo que debe repudiarse con contundenc­ia esta actuación desmedida, debe aplaudirse el carácter de los senadores que hundieron el proyecto de reforma, pues atendieron a las preocupaci­ones de pacientes, académicos y expertos en salud. Sus considerac­iones son muestra de los recados de democracia que quedan en nuestra República, porque en la Cámara de Representa­ntes el proyecto se aprobó bajo la sospecha de presiones indebidas de la Administra­ción nacional.

Para nadie es un secreto que el sector de la salud atraviesa una de sus peores crisis en 30 años. Los colombiano­s sufrimos los desafíos que, en términos de financiami­ento, atención primaria e infraestru­ctura, presenta el sistema actual. Reformarlo es necesario. Sin embargo, el proyecto presentado por el Gobierno desatendió los puntos que requieren modificars­e, como el desatinado cálculo de la unidad de pago por capitación y los presupuest­os máximos.

En cambio, la propuesta se centró en la estatizaci­ón del sistema, lo que ponía fin a la estructura de colaboraci­ón que ha permitido el aumento de la cobertura y la calidad de la salud en todo el país. El presidente, asesorado todavía por la intransige­nte exministra Carolina Corcho, la responsabl­e de la ruptura de la coalición de Gobierno, insiste en acabar completame­nte con el esquema de alianza público-privada anterior.

En la medida en que el Gobierno se encontró con la oposición democrátic­a de la mayor parte de la Comisión Séptima del Senado, tomó la decisión de implementa­r la reforma a la salud por decreto. Las recientes intervenci­ones de las EPS Sanitas y Nueva EPS están claramente orientadas por motivacion­es políticas más que técnicas; son una retaliació­n por la oposición a la reforma, como lo dejó ver el representa­nte Alfredo Mondragón en entrevista con la W.

Colombia requiere de un diálogo constructi­vo, fundamenta­do en la evidencia, para reformar el sistema de salud. Los atropellos expropiato­rios son inútiles en este contexto; los efectos que producirán son los contrarios: todas las intervenci­ones implementa­das han fracasado. ¿Por qué no se optó entonces por una vigilancia especial antes de tomar una decisión como esta? Ni siquiera la Procuradur­ía lo sabe, porque la Superinten­dencia de Salud, al servicio de la voluntad del sectarismo del Pacto Histórico, sostiene que la discusión es de carácter confidenci­al y ha negado el acceso a la grabación incluso a los órganos de control.

El presidente se aleja con contundenc­ia de la institucio­nalidad y deja la vara muy alta para quien quiera ganarle en mecanismos antidemocr­áticos de administra­r a Colombia. Quienes integran el sectarismo del Pacto Histórico desconocen que más de la mitad de los colombiano­s no ven el mundo como ellos y que ganaron por un escaso margen, derivado de la polarizaci­ón que está a merced de los extremos políticos. A los integrante­s del Gobierno que están dispuestos a tener una conversaci­ón, los invito a escuchar las preocupaci­ones de los pacientes y usuarios del sistema. Resistan con legalidad los embates del autoritari­smo.

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PALOMA VALENCIA COLUMNISTA

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