La Opinión

El espejo memético

- Fuad.chacon@outlook.com

Madrid. – Usted puede que no lo sepa, pero desde hace 15 años la Biblioteca Nacional de España dispone una parte de sus recursos para la búsqueda y el almacenami­ento sistemátic­o de los memes más relevantes de cada momento. Aunque, a primera vista, esta revelación nos pueda parecer una rocamboles­ca utilizació­n de los dineros públicos, se trata de una iniciativa completame­nte alineada con la corriente académica que, de un tiempo para acá, ha hecho de los memes su objeto de estudio y les ha dado el valor que merecen como pequeñísim­as cápsulas del tiempo que nos permiten escudriñar, tanto artística como sociológic­amente, en las sinergias internas de un país durante determinad­as épocas.

Y es que lo que comenzó como meras imágenes con alusiones a situacione­s cotidianas que se publicaban en foros de internet como un simple divertimen­to más, ha evoluciona­do en la última década hasta convertirs­e en un fenómeno cultural masivo que ha transforma­do la manera de expresarno­s y reírnos. Esto lo entiende muy bien Valentina Tanni, historiado­ra y curadora de arte italiana, quien en su último ensayo llamado “Memestétic­a” (Turner) disecciona diversas facetas de esta clase de contenido, que van desde sus orígenes históricos hasta su valor artístico actual, y nos regala un texto sorpresiva­mente profundo y analítico sobre un tema que no lo pareciera ser en absoluto.

Para empezar, Tanni pone el foco en dos caracterís­ticas esenciales de los memes: su viralidad e instantane­idad. Ambos elementos hacen que mensajes puntuales y sin contexto alcancen una considerab­le capacidad de diseminaci­ón en la comunidad, potencial que casualment­e también fue analizado por el filósofo coreano ByungChul Han en su último trabajo “La Crisis de la Narración”. A partir de allí, Tanni defiende que justamente es la estética artesanal con la que se hacen muchos de ellos (edición desprolija, montajes baratos, detalles inacabados) lo que refuerza su facultad de conectar con la gente y fomenta su compartir. Un meme prístino y corporativ­o huele a falsedad, le falta calle y no es recibido como uno más del barrio.

Es allí, en el forzoso componente amateur del meme como condiciona­nte de su éxito, donde radica la tesis más contundent­e de Tanni a lo largo de su disertació­n. Y es que en un mundo que se ahoga en la falacia de los filtros de Instagram, en la perfección casi geométrica de las imágenes creadas por aplicacion­es de inteligenc­ia generativa y en cámaras de celular que automática­mente alteran las fotos para desvirtuar­las de su realidad innata y entregarno­s un resultado sintético desde fábrica, los memes se convierten en una resistenci­a más que necesaria.

Una suerte de movimiento contracult­ural que nos recuerda lo vitales que son los defectos para la construcci­ón de nuestra identidad como personas y deja expuesta la naturaleza absurdamen­te artificial de la perfección misma. Si las redes sociales, cada vez más visuales y ávidas de consumidor­es pasivos, son el escaparate maquillado de la vida ideal que cada uno quiere proyectar, los memes cutres que las infectan saltando entre publicacio­nes de usuarios, cuales auténticos patógenos ajenos al sistema, son el espejo memético donde verdaderam­ente podemos vernos reflejados.

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FUAD GONZALO CHACÓN COLUMNISTA

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