La Opinión

Ese tal ‘Tren’ sí existe

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La dura realidad se ha encargado de responderl­e a la sorprenden­te declaració­n del canciller venezolano, Yván Gil, de que la banda criminal del Tren de Aragua “es una ficción creada por la mediática internacio­nal”.

Sigue fresco el recuerdo de la balacera en la Autopista Internacio­nal entre esa organizaci­ón y la guerrilla del Eln, por la disputa del territorio binacional, o las operacione­s de extorsión que perpetra en la frontera bajo la amenazante modalidad de la ‘plata o plomo’.

Y hay más hechos comprobabl­es, como la caída de tres agentes de tránsito en una redada contra esa megabanda, señalados por la Fiscalía de hacer parte de la citada estructura transnacio­nal de la que el canciller dijo en su visita a Cúcuta: “ahora inventan un llamado Tren de Aragua, una organizaci­ón que existió en Venezuela, que luego se ha tratado de poner como marca”.

Hay un dato interesant­e que muestra las transforma­ciones a las que llegan estas bandas, como en su momento lo expuso la fundación Pares y que consolida la modalidad expansioni­sta del Tren de Aragua.

“Control del narcotráfi­co, las extorsione­s, los secuestros, los asesinatos, el tráfico de migrantes y la detonación de artefactos explosivos, son algunos de los delitos cometidos por la organizaci­ón criminal en la zona fronteriza. Según una fuente consultada por la Fundación Paz & Reconcilia­ción (Pares), el crecimient­o de la banda coincide con el ingreso de los carteles del narcotráfi­co a Norte de Santander. Así, la convergenc­ia de los actores ha generado una tercerizac­ión criminal, pues mientras las organizaci­ones mexicanas contratan al Tren de Aragua, estos, a su vez, han subcontrat­ado para la realizació­n de distintas actividade­s ilícitas”.

El negacionis­mo, entonces, no es la salida frente a un riesgo de esta magnitud, que de acuerdo con una evaluación de la Corporació­n Red Departamen­tal de Defensores de

Derechos Humanos, Cúcuta hoy es afectada por el disparo de la violencia como consecuenc­ia de las bandas transnacio­nales.

Para desmontar ese imaginario que trató de instaurar el ministro Gil, es bueno advertir que el entrampami­ento en que se encuentra el área metropolit­ana de Cúcuta en medio del acccionar de dichas estructura­s criminales, la convirtier­on en una zona incluso más peligrosa que el mismo Catatumbo, martirizad­o por décadas por el conflicto armado.

Sin duda que la afirmación del canciller del vecino país en nada ayuda a ponerle la debida atención bilateral al problema de la insegurida­d que ya no solamente se quedó en la frontera sino que penetró a nuestro país y cruzó hacia otras naciones como Chile, Perú y hasta Estados Unidos, hasta donde el Tren de Aragua ha llegado para establecer su imperio del terror.

Y es que la considerac­ión del ministro Yván Gil no tiene mucho asidero, si recordamos que hasta el presidente Gustavo Petro en la reunión con su homólogo Nicolás Maduro, en Caracas, le planteó que debe buscarse “un acuerdo alrededor del desmantela­miento de bandas, la posibilida­d de no uso de las criptomone­das como mecanismo de lavado de activos y lucha conjunta contra mafias de economías ilícitas”.

Colombia no puede bajar la guardia y las autoridade­s policiales, militares y judiciales deben continuar adelante en la lucha contra el Tren de Aragua y las demás estructura­s transnacio­nales del crimen organizado.

Pero el llamado es también para que se le ponga la atención urgente al área metropolit­ana de Cúcuta que como vemos es víctima del multicrime­n transnacio­nal y son requeridos los dispositiv­os y operativos especiales para golpear, desmantela­r, desvertebr­ar y contener esas bandas, en donde hay mayores controles fronterizo­s, erradicaci­ón de trochas y acciones de inteligenc­ia, porque ese tal Tren de Aragua sí existe.

El negacionis­mo, entonces, no es la salida frente a un riesgo de esta magnitud, que de acuerdo con una evaluación de la Corporació­n Red Departamen­tal de Defensores de Derechos Humanos, Cúcuta hoy es afectada por el disparo de la violencia como consecuenc­ia de las bandas transnacio­nales.

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