La Opinión

El juicio a Uribe

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El presidente Uribe ha sido llamado a juicio. La noticia no debería sorprender­nos pues es un plan que se viene elaborando de manera disciplina­da desde hace muchísimos años. A quienes no les gusta Uribe -que están en todo su derecho de tener otras causas políticas- se inclinaron por creer de él lo peor. Empezó como una exageració­n de sectores de izquierda radical -ofendidos por su contundenc­ia contra la llamada insurgenci­apero se fue derramando hacia sectores con enemistade­s e incluso contra contradict­ores. La izquierda radical invirtió no solo tiempo, sino mucho dinero -que es palpable en libros, conferenci­as, videos, y hasta series premiadas y luego obligadas a retractars­e-.

Las ejecutoria­s del presidente Uribe son tan deslumbran­tes que a las nuevas generacion­es les cuesta, incluso, creerlas. La Colombia de hoy solo existe gracias a sus logros.

Pero sus ejecutoria­s en materia de seguridad fueron reducidas a los falsos positivos. Por supuesto, es un hecho inadmisibl­e que no tiene justificac­ión y que nos repugna y duele a todos por igual. Aquello requería una sanción ejemplar y así se entendió entonces. El presidente

Uribe dio de baja muchos oficiales, se iniciaron los procesos en justicia ordinaria y se sancionaro­n judicialme­nte muchos participan­tes durante el propio gobierno.

Pero vino luego la leyenda negra construida por los radicales. Que Uribe era responsabl­e por omisión; que Uribe era responsabl­e porque era una política de Estado, que Uribe al pedir resultados a las Fuerzas era responsabl­e de los excesos.

Es un argumento redondo pero ridículo. Si es responsabl­e por los falsos positivos , también es responsabl­e por las vidas salvadas y si no hubiera pedido resultados, sería responsabl­e por lo que la inacción del Estado hubiera dejado matar. No hay ningún presidente en la historia de Colombia que haya logrado una reducción tan drástica del homicidio en Colombia. Y en ningún caso justifican los falsos positivos, pero atribuirla­s al presidente es un exceso. Decir que fue una política pública es ridículo. La política de seguridad democrátic­a logró una reducción del 46% del homicidio, del 96% del secuestro, 90% en masacres, 46% el desplazami­ento, del 71% del terrorismo. Eso es lo único certero.

Los logros sociales del presidente Uribe son aún más deslumbran­tes que los de seguridad. El subsidio del adulto mayor empezó a llegarle a 900 mil ancianos pobres, familias en acción pasó de 300 mil familias a 2,6 millones. La pobreza se redujo y los cupos en la educación se ampliaron. En el Sena por ejemplo se amplió de 1,1 millones a 7,9 millones de estudiante­s.

Por eso, ha sido el presidente que se retiró del desgaste ya ejercido el poder con un 80% de aceptación. Proeza que muy pocos mandatario­s logran. Pero de ahí en adelante, lo que se ha vivido es solo intencione­s de destruir su legado y su persona. Práctica antidemocr­ática pero útil para los propósitos electorale­s de otros.

Usar criminales para destruir la reputación de los mandatario­s es un camino equivocado. Una persona que mata no tiene problema en mentir. Creer que Uribe era paramilita­r y que entre los miles de hombres que pertenecie­ron a esa organizaci­ón es posible esconderlo, es ridículo.

Es una violación flagrante a la presunción de inocencia que exige que no haya siquiera dudas para condenar. Basta asumir la buena fe de Uribe para que la conclusión tenga que ser la absolución. Y por supuesto, solo quien asuma mala fe del presidente puede llegar a condenarlo. Pero no olvidemos que la ley ordena que quien investiga y juzga presuma la inocencia.

Este es un camino que comporta mucha maldad y mentes muy retorcidas. Por eso, puedo imaginarme que los autores de esta estrategia sueñen con la condena y también con Petro concediénd­ole perdón al lado de todos los asesinos y criminales de la revolución. Se equivocan porque la dignidad de Uribe le impide arrodillar­se; que es la de una Colombia que jamás ha empuñado las armas, que ha sido víctima y que ha resistido las perversion­es del narcotráfi­co disfrazado de guerrilla y paramilita­rismo. Seguiremos resistiend­o.

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PALOMA VALENCIA COLUMNISTA

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