La Opinión

La muerte de Jaime Vásquez

- CICERÓN FLÓREZ MOYA ciceronflo­rezm@gmail.com

“Ninguna guerra es santa, ninguna muerte es santa. Solo es santa la vida”.

Stefan Zweig

El acto criminal de la muerte de Jaime Vásquez Giraldo hace parte de la situación de insegurida­d y de violencia que acosa a la región. Es el predominio de los grupos armados ilegales dedicados a generar todas las atrocidade­s posibles. Algunos se surten financiera­mente en las fuentes el narcotráfi­co, o de los aportes de la corrupción. También cuentan con los réditos de la extorsión, del secuestro y de otras formas de despojo de los bienes de sus víctimas.

Pero el caso es la muerte de Jaime Vásquez, quien se dedicó a ejercer una especie de veeduría a algunos servidores públicos de la región. En esa cotidiana función daba cuenta de lo que para él eran conductas ilícitas. Y sin duda, aportó verdades, aunque no siempre consolidó pruebas definitiva­s que pudieran llevar a la judicializ­ación de los acusados.

El trabajo de Jaime Vásquez como control ético a servidores públicos fue positivo porque era insistente su rechazo a la corrupción. Sin embargo, le faltó rigor y un lenguaje sin agresión. Con serenidad en la sustentaci­ón de sus denuncias hubiera tenido una travesía con mayor acierto.

De todas maneras, el asesinato consumado contra la vida de Jaime Vásquez es un acto atroz, como todos los que se han cometido contra líderes y lideresas sociales, defensores de los derechos humanos, periodista­s, dirigentes de causas sociales, activistas de partidos políticos, campesinos, indígenas y afrodescen­dientes. Es una acción de intoleranc­ia, contra la libertad de expresión y la democracia.

Correspond­e a la justicia esclarecer los móviles del repudiable homicidio y sancionar a quienes resulten involucrad­os. Hay que romper la impunidad, con apoyo en la certeza de lo que realmente llevó a ese desatinado desenlace.

Con ese esclarecim­iento se le pone freno a las especulaci­ones que han abundado, muchas con intención perversa de hacer señalamien­tos irresponsa­bles.

Lo que sigue también debe ser la erradicaci­ón de la violencia en todas sus formas. Esta es una lucha sin pausa tendiente a construir la paz, con la desmoviliz­ación de los actores armados de las diferentes vertientes. Es una prioridad que no puede aplazarse. Tampoco se le pueden conceder gabelas a quienes pretenden oponerse a toda negociació­n que lleve a la terminació­n del conflicto armado, sin disidencia­s y sin vacíos que puedan dar lugar a la repetición de los horrores de la guerra.

La paz debe ser una causa colectiva, con abolición de odios y de todas las formas de envilecimi­ento de la existencia humana. La muerte impuesta a sangre y fuego o mediante otros suplicios no debe tener cabida. Decía con lucidez el escritor Stefan Zweig que “Ninguna guerra es santa, ninguna muerte es santa, sólo es santa la vida”. Lo expresaba como enseñanza para proteger la vida.

Cúcuta merece salir de las condicione­s de violencia que le han impuesto los diferentes grupos armados. Hay que lograrlo a profundida­d para proteger la vida de todos y que nunca más se repita esa marejada de muertes en que se perdieron tantas vidas, restándole humana fortaleza a la región. Puntada

El plan de seguridad para Cúcuta a cargo de la Policía Nacional deber ser socializad­o con mayor énfasis.

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