La Opinión

Me encontré en la vida con…

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El viernes 26 abril, hace 41 años, un macondiano muy alto con una nariz muy larga me abrió la puerta de su apartament­o de El Rodadero de Santa Marta. Como han pasado más de cuatro décadas “desclasifi­caré” informació­n privilegia­da.

Cuando lo ví me quedé de una pieza, como las casas sin cuota inicial del entonces presidente Belisario Betancur. El hombre que abrió, Jaime Bateman, fundador y jefe del M-19, y BB, antípodas íntimos en política, estaban ad portas de iniciar diálogos de paz en Panamá con la mediación del gobierno vecino. García Márquez estaba detrás del proceso.

Primer dato que deseo “desclasifi­car”: no fui secuestrad­o. Suena glamoroso decirlo. Pero no. Me invitaron.

Nunca supe a quién iba a entrevista­r. Una chica del M-19 me abordó cerca de la agencia de noticias Colprensa en el bogotano barrio de La Merced y me invitó. Di el sí de las casadas. Nos encontramo­s en el aeropuerto Eldorado, abordamos avión para Barranquil­la, juntos pero no revueltos. En Curramba tomamos destartala­do bus a Santa Marta.

Al día siguiente apareció en el hotel otro de la burocracia del movimiento. Hacia las once estábamos tocando la puerta del apartament­o. Nos abrió el señor que me dijo cuando le pregunté por qué habían invitado a un reportero de la llanura: Estamos cansados de las figuras. Creo, más bien, que sabía de la importanci­a de Colprensa.

Como en ese momento Bateman era el hombre más buscado de Colombia, me dio cutupeto, miedo.

Charlamos varias horas. Y voy con la informació­n privilegia­da que no he contado. Al menos con este vestido.

Mientras arreglábam­os el país, alguien tocó la puerta. Los del M-19 se miraron perplejos. Bateman y su mínimo sanedrín tomaron posiciones en el suelo con sus tenebrosos fierros cerca. Nadie abría. Haciendo de tripas corazón me lancé. Aleluya: no eran las fuerzas del orden sino la pacífica señora que preparó un delicioso sancocho de sábalo. Mi cuarto de hora de heroísmo había terminado. Volvería a ver a los míos.

Básicament­e, el jefe del Eme quería aclarar que las armas encontrada­s por esos días en Recife, Brasil, no eran para el M19.

Último dato para desclasifi­car: entre Bateman y su colega Conrado Marín, “Efrén”, se las apañaron para reempacar en el papel original el casete de la entrevista para que diera la sensación de que estaba virgen. Como las Once Mil. El casete es similar al que resucitan en la película japonesa Días perfectos.

Y colorín colorado. Ese fue el desenlace de la que sería la última entrevista que concedió Bateman. Dos días después, debido al mal tiempo, se mató con varios compañeros en la avioneta que los llevaba a Panamá a iniciar conversaci­ones. La interrumpi­da paz de Bateman fue la cuota inicial de la que firmó luego Carlos Pizarro con el presidente Barco. Falta la paz total de Petro.

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ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO COLUMNISTA

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