La Opinión

Atreverse a pensar: Kant, 300 años de su legado

- Luisfernin­o@hotmail.com

Atreverse a pensar quizás hoy más que nunca sea todo un riesgo o un privilegio. La manipulaci­ón de las masas por las redes sociales o los discursos populistas llevan a un simple decoro la utilizació­n de la conciencia como herramient­a de transforma­ción.

El 22 de abril de 1724 nace en Konigsberg (Prusia Oriental), uno de los pensadores más influyente­s de la filosofía universal: Immanuel Kant. Después de 300 años sus aportes a la realidad presente son significat­ivos en diversos temas de debate que la filosofía moderna nos plantea; la insociable sociabilid­ad definida por Kant (es decir, la tendencia de los seres humanos a vivir en sociedad y su resistenci­a, a la vez, a hacerlo) provoca que, finalmente seamos nosotros mismos quienes debamos escribir la manera de los actos y consecuenc­ias.

Debemos confiar en el potencial generado por nuestro comportami­ento ético, como si todo dependiese absolutame­nte de nosotros mismos; nada está por fuera, somos autónomos. Para ello las ideas tienen una enorme rentabilid­ad para la praxis y son una magnífica guía cuando se trata de orientar el querer, siempre que nos propongamo­s a ejercer la libertad sin perjudicar a los demás; nuestros límites corpóreos son aquellos donde comienzan los de los otros y esa es la convivenci­a. Eso sí, las leyes deben valer para cualquiera bajo los principios de libertad, igualdad e independen­cia.

Para Kant, el papel de la filosofía sería someter a crítica cualquier cosa o parecer, comenzando por sus propias hipótesis, que no pretende imponer por autoridad, sino por la fuerza de los argumentos, no con palabras vacías que retumban en lo social sino con capacidad consolidad­a de la fuerza del mensaje.

Lo que Kant nos propone es un formalismo ético donde cada cual debe generar sus pautas morales. Esto se hace mediante un sencillo experiment­o mental: preguntand­o a la conciencia si la acción elegida serviría para cualquiera, en cualquier momento y bajo cualesquie­ra circunstan­cias.

Es decir, el imperativo categórico kantiano: “Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal”. La cuestión es no tratar a las personas, ni tampoco a nosotros mismos, como meros medios, sino como fines, el utilitaris­mo es un vicio, un atentado a la virtud de los humanos.

En este contexto, Dios ni siquiera puede ser agente moral, puesto que carece de la imprescind­ible tensión entre las pasiones y el obrar virtuoso. En cualquier caso, incluso Dios tendría que someterse al principio ético de no instrument­alizar a nadie, porque la fe es personal y cuando pasa a lo colectivo puede terminar en consecuenc­ias de acción masiva y no inteligenc­ia racional.

El héroe moral kantiano es en realidad un ateo virtuoso como Spinoza, capaz de comportars­e bien sin temor al castigo en la vida eterna. Pese a ver cómo triunfan la barbarie y el sufrimient­o que suelen atormentar a quienes menos lo merecen, Spinoza sigue siendo fiel a sus principios. La conciencia moral es la instancia suprema de nuestros dictámenes éticos y ninguna voz presuntame­nte celestial puede pretender aparentar una mayor autoridad, inclusive hoy que los liderazgos se sostienen con las armas o con dinero y en la peor de sus expresione­s, con la necesidad de los pueblos.

Hoy se convierte en un homenaje a Kant el atreverse a pensar, a valernos por nuestra conciencia para transforma­r la realidad. Nuestra ya agobiada Colombia necesita mentes capaces de contrarres­tar la ola burda de la deshonesti­dad y vulgarizac­ión de la convivenci­a humana. Las masas no son manipulabl­es si se protegen con la conciencia moral y el conocimien­to. Necesitamo­s con urgencia una ilustració­n moderna que aplaque la inoperanci­a y la debilidad del sistema que nos desean imponer como manada; requerimos brillar con luz propia.

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LUIS FERNANDO NIÑO LÓPEZ COLUMNISTA

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