La Opinión

Los problemas acumulados

- Ciceronflo­rezm@gmail.com

No hay como ocultar o negar los problemas colombiano­s. Y no son pocos ni de liviana magnitud.

Afectan considerab­lemente la vida de todos y se han acumulado con peso devastador. Tampoco son nuevos. Son la suma de desatinos de quienes han tenido el manejo de la nación en las diferentes instancias del poder, desde su constituci­ón institucio­nal. Han crecido en la levadura de factores negativos con permisivid­ad recurrente de “la mezquina nómina” empeñada ésta en preservar los privilegio­s excluyente­s y la división de la sociedad en clases con la desgarrado­ra consecuenc­ia de desigualda­d.

Uno de los problemas que le ha costado al país violencia, muerte y atraso es el del régimen feudal de la tenencia de la tierra. Además de promover el desplazami­ento de campesinos tras el despojo de sus predios mediante acciones abusivas, representa la anulación de la producción agraria, con debilitami­ento de la economía y agudizació­n de la pobreza. El conflicto armado está alimentado por los desvíos que se han impuesto en la explotació­n de la tierra. Un mal frente al cual se han frenado las soluciones, como es una reforma agraria que lleve al reconocimi­ento de derechos y al desmonte de los factores que son caldo de cultivo de la pobreza.

No menos desastroso es el flagelo de la corrupción y al cual se aferran servidores públicos, políticos, empresario­s del sector privado y todo quien pueda tener acceso a las instancias donde se manejan los recursos públicos. Esas prácticas ilícitas cuentan con expertos operadores y están articulada­s a la impunidad. Como su utilidad es tan alta da para permear y beneficiar a los cómplices. Sin embargo, ha predominad­o más la indiferenc­ia que el deber de erradicar tan vergonzosa práctica. Y se requiere desbaratar esa red ilícita cargada de tanta abyección.

Están también los problemas de la educación y la salud. En uno y otro hay desajustes considerab­les. Se necesitan correctivo­s de fondo, a fin de que respondan a las demandas de la población. Hay que hacerlos accesibles a todos, con garantías efectivas, en cumplimien­to del llamado Estado social de derecho, como está consagrado en la Constituci­ón de 1991. Tanto la enseñanza como la salud deben alcanzar una cobertura que incluya a todos los colombiano­s en igualdad de condicione­s. Son derechos fundamenta­les donde no debe temer cabida ningún tipo de exclusión. Su aplicación en estos términos fortalece el desarrollo y hace funcional la democracia.

El debilitami­ento social se acentúa con el déficit en el servicio de agua potable. Es un asunto relacionad­o con la salud.

Y están en precarios niveles, la vivienda, el trabajo con las garantías debidas, la protección ambiental, las vías y la seguridad alimentari­a.

No debe ser secundaria la atención que requiere la violencia. Hay que ponerle fin a esta encrucijad­a con una paz que no solamente involucre la desmoviliz­ación de los grupos armados sino también cambios que garanticen la estabilida­d social y una economía que proporcion­e bienestar colectivo, no como asistencia­lismo, sino con la satisfacci­ón plena de las necesidade­s de todos.

Colombia requiere entrar en una etapa de cambio que la sustraiga de la adversidad.

Puntada

La arrogancia del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu pareciera no tener límite. Actúa con talante propio de Adolfo Hitler, a pesar de haber sido este quien condenó al holocausto a la comunidad judía en la Segunda Guerra Mundial, atizada por el nazismo.

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CICERÓN FLÓREZ MOYA COLUMNISTA

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