La Opinión

El otro pueblo

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La movilizaci­ón popular desempeñó un papel crucial en la defensa de Gustavo Petro cuando el oscuro procurador Ordóñez intentó destituirl­o de su cargo como alcalde de Bogotá. Petro se asomó al balcón del Palacio de Lievano y encontró el respaldo de diversos sectores sociales, quienes desde entonces lo apoyan y lo llevaron a convertirs­e en el actual huésped de la Casa de Nariño. Una década después, ahora como presidente, Petro desconfia y rechaza a las multitudes movilizada­s en las principale­s ciudades del país, descalific­ándolas como ignorantes o instrument­alizadas por sectores de la extrema derecha que buscan la caída del gobierno.

Debe reconocers­e, no obstante, la genuina vocación popular del gobierno Petro. Privilegia los intereses de las mayorías desfavorec­idas y pretende combatir la trágica desigualda­d que marca la historia colombiana. También garantiza la protesta social, incluso de ciertos sectores extremos minoritari­os del “otro pueblo” compuestos por grupos reaccionar­ios que no esconden sus rasgos violentos, clasistas y racistas.

¿Cómo explicar, entonces, este “otro pueblo” que desafía al gobierno? La derecha colombiana no tiene tanto poder de convocator­ia y hasta ahora está aprendiend­o a hacer oposición después de mucho tiempo de estar cercana al poder ejecutivo. Ciertament­e, la antipatía contra el gobierno nacional de nuevos alcaldes y gobernador­es podría ayudar a explicar parte del éxito de la marcha en ciudades como Medellín o Bucaramang­a. Pero la protesta del 21 de abril reunió a una gran multitud indignada y descentral­izada que salió a manifestar­se por asuntos que van desde la política de seguridad, la reforma a la salud, hasta la falta de ejecución presupuest­al y la sensación de desorden e improvisac­ión del gobierno nacional.

Este “otro pueblo” podría ser el resultado de los cambios en los patrones de movilizaci­ón debido a la disponibil­idad de herramient­as tecnológic­as en una sociedad profundame­nte polarizada. Según la organizaci­ón World of Statistics, Colombia es el segundo país del mundo que más tiempo pasa viendo redes sociales. Por este medio, la sociedad colombiana forma sus opiniones e interactúa con los demás. Lo anterior, sumado a crecientes niveles de alfabetiza­ción y educación, facilita el acceso a la informació­n, la preferenci­a de las tecnocraci­as, y está estrechame­nte ligado a la participac­ión política, incluidas las protestas.

No es justo ni preciso calificar a los manifestan­tes como simples borregos manipulado­s por intereses políticos. Investigac­iones recientes sobre la protesta social en la era digital indican que la principal función de líderes políticos, como JP Hernandez o Polo Polo, es coordinar involuntar­iamente a individuos que ya tienen predisposi­ción al conflicto. Así, las movilizaci­ones masivas no son el resultado de estrategia­s políticas, sino más bien el resultado de una intensa polarizaci­ón afectiva entre grupos que buscan formas de enfrentars­e.

De hecho, los psicólogos evolutivos han demostrado que la psicología humana cuenta con mecanismos para resistir la manipulaci­ón. Investigac­iones recientes, como las de Petersen (2020), sugieren que la mayoría de los intentos de manipulaci­ón política resultan ser ineficaces. En este contexto, las decisiones de seguir a líderes demagógico­s y creer rumores o fake news pueden entenderse como esfuerzos por resolver los desafíos de coordinaci­ón que surgen en los nuevos ciclos de movilizaci­ón

Esto sugiere que ni la oligarquía ni la extrema derecha golpista estuvieron detrás y coordinaro­n la protesta del pasado domingo, al igual que los comunistas o el Foro de Sao Paulo no fueron responsabl­es del estallido social del 2021. Tengo la impresión de que el presidente Petro es consciente de esto, pero elige intensific­ar la polarizaci­ón como estrategia política. Sin embargo, un gobierno del cambio deberia romper con estas tradicione­s y perseverar creativame­nte para conciliar “su pueblo” con el “otro pueblo”.

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JORGE GARCÍA VILLAMIZAR COLUMNISTA

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