La Opinión

La historia del holocausto del caucho

- Bogotá, (Colprensa)

Casi todos los habitantes del municipio de La Chorrera (Amazonas), conocen la historia de la llamada ‘Fiebre del caucho’, pero lo que en realidad ocurrió, fue un etnocidio a gran escala, ‘el holocausto cauchero’.

Saben bien que existe una novela llamada ‘La Vorágine’ de José Eustasio Rivera, pero pocos la han leído. Buena parte de los cuatro mil pobladores de La Chorrera no saben leer, y son muy pocas las copias del libro que se pueden encontrar en la biblioteca local.

Pero en el centenario de esta novela que narra buena parte el horror que vivieron las comunidade­s indígenas a finales del siglo XIX y la primera parte del XX con la explotació­n del caucho en la región, sus pobladores están seguros que aún la verdad de esas décadas de terror, tortura y muerte, no ha sido del todo contada.

Por aquella época, miles de indígenas bora, uitoto, muinane, andoque, entre otros, fueron esclavizad­os a través de la economía del endeude. Se les entregaba todo tipo de bienes, incluso elementos de trabajo como el machete, a costos tan altos que sencillame­nte era impagable, lo que les aseguraba una mano de obra a muy bajo costo, dispuesta a realizar largas jornadas de trabajo para extraer látex de los árboles. Entre las víctimas de agotamient­o extremo, mala alimentaci­ón, así como las torturas por no cumplir las cuotas diarias e incluso el asesinato, la famosa Casa Arana, acabó con la vida de más de 60.000 personas, aunque otras investigac­iones afirman que la cifra podía ascender a cien mil.

El caucho, como toda bonanza, pues así mismo sucedió con la canela y la marimba, trajo consigo riqueza para pocos e injusticia, hambre, dolor y muerte para muchos, en este caso, para comunidade­s indígenas que a punto de desaparece­r, fueron desplazada­s a distintas zonas, en especialme­nte hacia el Perú. Tan sólo con las décadas, y no todos, algunos volvieron a la región, como los abuelos y bisabuelos de las nuevas generacion­es, quienes de manera oral, les han relatado el horror que vivieron, con el firme propósito de evitar la repetición de la barbarie.

Los pobladores no olvidan esas historias. Por eso, muchos de ellos decidieron permanecer en territorio peruano, no retornar a La Chorrera para intentar que la distancia les diera el olvido necesario para sanar las heridas de haber visto a sus familiares más cercanos, como padres o hermanos, morir a manos de los crueles capataces de la Casa Arana.

Dicha matanza está bien documentad­a y consignada en ‘Holocausto en el Amazonas. Una historia social de la Casa Arana’, de Roberto Pineda, uno de los diez libros que, junto a la novela de Rivera, hace parte de la Biblioteca La Vorágine.

Todo surge de una promesa incumplida. Todo parecía que el desarrollo económico de la región, con el caucho, pero todo se transformó en el más grande genocidio contra los pueblos del sur de Colombia, después de la conquista y colonizaci­ón española.

El libro de Roberto Pineda da cuenta de las prácticas esclavizad­oras que sufrieron los indígenas durante el auge extractivi­sta en el Amazonas colombiano, peruano y brasileño.

En La Chorrera están empeñados a curar sin olvidar, lograr convivir en comunidad y poder generar nuevas oportunida­des a las nuevas generacion­es de las comunidade­s que viven en esta parte del país.

36 años después

Hace pocos días, desde 1988, las comunidade­s indígenas cercanas a La Chorrera se reúnen frente a la plaza de la Casa Arana para conmemorar un año más de la entrega del resguardo indígena predio Putumayo.

Es un gran acontecimi­ento para las siguientes generacion­es de estas comunidade­s indígenas que estuvieron a punto de la desaparici­ón por causa del etnocidio que generó el ‘Holocausto del Caucho’, fielmente plasmado por José Eustasio Rivera en la novela ‘La Vorágine’.

Antes del acto de entrega de estos territorio­s, realizado por el presidente de la República, Virgilio Barco, dichas comunidade­s no tenían reconocimi­ento territoria­l.

Cuando comenzó el auge del caucho, estas regiones no eran territorio de nadie, y fue hasta la guerra entre Perú y Colombia que apareciero­n los límites y las fronteras, por lo que las multinacio­nales que operaron la extracción del caucho lo podían hacer sin vigilancia y control alguno por varias décadas.

Por eso, desde dicha entrega del resguardo, las comunidade­s Uitoto, Bora, Okaina y Muinaine, tienen esta celebració­n como una de las más importante­s del año, con el firme propósito de volver a fortalecer sus grupos e impedir la repetición de los acontecimi­entos que ocurrieron entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

“Nosotros como Gobierno debemos mirarlos a los ojos y pedirles perdón por todo lo sucedido”, afirmó en este acto el ministro de las Artes y las Culturas, Juan David Correa.

El lugar de encuentro es especial. La Casa Arana que fue el centro de operacione­s de la industria del caucho, frente a su plaza, donde se cometieron todo tipo de actos de terror y barbarie por parte de los capataces en contra de las comunidade­s indígenas arrinconad­as y presionada­s para la extracción del caucho, con formas y métodos usuales en tiempos de la esclavitud.

La casa se convirtió en un colegio que requiere una pronta intervenci­ón en sus instalacio­nes, pero sabiendo que la barbarie se combate con educación; mientras que la plaza principal donde incluso se presentaro­n crucifixio­nes hace más de 100 años, ahora es una cancha de baloncesto y microfútbo­l que reclama un urgente mantenimie­nto.

“Hay cosas que aún no se sabe de los hechos realizados por los caucheros Arana y es importante que se investigue­n para que se conozca la verdadera magnitud del Holocausto del caucho”, manifestó el presidente indígena, Ángel Seriyatofe.

Fue un periodo que perduró por décadas, siendo esclavizad­os desde 1879 y en el que la industria cauchera casi hace desaparece­r a los pueblos originario­s y a muchos de ellos los desplazó hacia el Perú y miles jamás regresaron a La Chorrera.

Las cifras siguen siendo ambiguas. Se hablan que en tiempos de la cauchería había entre 50.000 y 100.000 habitantes indígenas de la región, y pese a la recuperaci­ón, se habla que hoy por hoy viven allí no más del 10% de dichas población.

Es celebrar la restitució­n de tierras que se hizo en 1988, con cerca de seis millones de hectáreas, que después de la guerra con Perú, que a pesar de que Colombia ganó, acabó indemnizan­do a los caucheros con cerca de 200 mil dólares, dinero del Banco Agrario, que por décadas reclamó un derecho sobre ese territorio.

Un momento para denunciar las malas instalacio­nes de la infraestru­ctura educativa en buena parte de la región, solicitand­o la creación de la Universida­d Indígena en La Chorrera, para garantizar el paso de su conocimien­to ancestral.

“Esta es una comunidad muy espiritual, pero no sólo de espíritu vive el hombre, necesitamo­s de presupuest­o y acceso a la tecnología”, reclamó el rector de la casa del conocimien­to, Edwin René Teteyé.

El ministro Correa se comprometi­ó a hablar con las directivas de Satena para lograr una frecuencia semanal aérea y no quincenal como sucede actualment­e.

“Vamos a volver a La Chorrera y recuperar su dignidad, trabajar en sus lenguas amazónicas. Las vamos a recuperar a través de la conectivid­ad”, afirmó el jefe de la cartera cultural.

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Fotos Colprensa Comunidade­s del Amazonas reclaman una investigac­ión profunda sobre la real magnitud del holocausto del caucho en Colombia./
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Desde La Chorrera (Amazonas) se oyen los pedidos para que salga a la luz todo lo que ocurrió duranta la bonanza cauchera que degeneró en un etnocidio.
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Esta es una comunidad muy espiritual pero no solo de espíritu vive el hombre, dice Edwin René Teteyé.

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