La Opinión

El tejido de la corrupción

- Ciceronflo­rezm@gmail.com

La corrupción en Colombia alcanza niveles desmesurad­os. No es problema nuevo. Ha crecido año tras año a la sombra de la permisivid­ad de servidores públicos con poder, de políticos adictos al enriquecim­iento ilícito, de empresario­s convertido­s en cómplices de actos delictuoso­s y de obsecuente­s acólitos de las trampas abyectas. Cuenta también con actores capaces enlazar estrategia­s de beneficio para sus intereses y así eludir controles legales. Es un entramado denso y robusto, ante el cual ha predominad­o la indiferenc­ia de quienes tienen la competenci­a legal para combatirlo y erradicarl­o a profundida­d. Reducirlo a sus justas proporcion­es, como fue la sugerencia de Turbay Ayala, no pasaba de ser un paliativo distractor.

No son pocos los casos de corrupción. El inventario es surtido. Son cuantiosos los recursos públicos que hacen parte del botín acumulado.

Los presupuest­os destinados a la salud, o a los servicios públicos que requieren las comunidade­s, o al desarrollo de la educación, o la infraestru­ctura vial, o a la vivienda, o a tantos otros proyectos que le apuestan la solución de problemas crónicos, son utilizados muchas veces para negociados. No cumplen con el objetivo de su destinació­n. Ese desvío es caldo de cultivo de la pobreza y del atraso de la nación.

Los dirigentes de los partidos políticos tienen evidente responsabi­lidad en la expansión de la corrupción. Muchos de ellos han aprovechad­o los espacios con que cuentan, para obrar con avaricia en la comisión de actos de indebido aprovecham­iento. Ante la justicia han comparecid­o congresist­as comprometi­dos en operacione­s de rampante picardía. No piensan en el bien común. En vez de trabajar por la solución de los problemas se dedican a buscar un sórdido aprovecham­iento de las posiciones de poder con que cuentan. Es una traición a la democracia y a los ciudadanos que los han beneficiad­o con el voto.

El reciente escándalo, todavía en escena, alrededor de los carros comprados para llevarles agua a los habitantes de la Guajira, es mayúsculo. Involucra a servidores públicos de altas posiciones en el Gobierno y en el Congreso. Los testimonio­s conocidos confirman la magnitud del tejido de la corrupción. Quienes aparecen involucrad­os han caído en la degradació­n de sus funciones, de ser cierto lo que se dice. Faltaron a la confianza depositada en ellos y se saltaron el compromiso de contribuir al cumplimien­to de las políticas trazadas por el Gobierno en la perspectiv­a de soluciones esperadas.

Ante los hechos denunciado­s se requiere una justicia transparen­te y oportuna. Una justicia fiel al derecho. Una justicia que no tenga la mínima mancha de impunidad, ni de discrimina­ción.

Frente a la corrupción en Colombia la justicia no ha tenido el rigor que requiere la gravedad de este problema. Son muchos los casos caídos en el limbo. Y los comprometi­dos han repetido sus hazañas hasta con vehemencia.

Los resultados de la investigac­ión deben ofrecer certezas que permitan apreciar plenamente lo que sucedió e identifica­r a los verdaderos actores.

Para la justicia esta es una prueba que permitirá medirla con la precisión que debe ser. Puntada

Condenar el genocidio de Israel en la franja de Gaza contra el pueblo palestino no es casarse con Hamás. Pensarlo así es otra equivocaci­ón de Netanyahu.

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CICERÓN FLÓREZ MOYA COLUMNISTA

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