In aeterna memoria
La tertulia literaria de la cafetería 7 y 3 se reunía en el segundo piso de la misma. Un día cualquiera del año 98 la reunimos en mi oficina del edificio Mutuo Auxilio, pues Segundito Castellanos, el dueño, extrañamente estaba de mal humor y nos corrió.
Íbamos a dialogar sobre el poema de Porfirio Barba Jacob; La canción de la vida profunda. Eran tiempos de luchas interna de la Universidad de Pamplona y en ellas conocí a mi colega el abogado Jaime Vázquez Giraldo que asesoraba al Rector Álvaro González Joves y su obsesión por crear la Facultad de Derecho, utilizando mi viejo rediseño curricular “yanqui”, que había sido rechazado en Unilibre-cúcuta y al final fue a dar a Medellín con éxito..
El conferencista invitado era mi fraternal amigo Javier Sanín, compañero de oficina, un paisa Sonsoneño, humanista y erudito de todo el maíz y conocedor diserto del Ricardo Arenales de NY 1914.
Para Jaime Vázquez, La Canción de la Vida Profunda fue siempre su brújula, que es el principio y fin de lo que somos los seres humanos. El mejor homenaje a Vázquez Giraldo es recordar el poema.
Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar… Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe… La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles…
como en abril el campo, que tiembla de pasión…
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de oscuro pedernal…
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos…,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo, y acaso ni Dios mismo nos puede consolar… Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver...¡un día en que ya nadie nos puede retener!...