La Opinión

La estrategia del odio

- CICERÓN FLÓREZ MOYA COLUMNISTA Puntada Es de esperarse que los planes de desarrollo de los municipios y los departamen­tos aporten los avances económicos y sociales esperados. ciceronflo­rezm@gmail.com

El odio es un sentimient­o tóxico y en vez de expresar una posición crítica en el desacuerdo lleva a la degradació­n de quien lo padece. El disentimie­nto hace parte de la democracia y debe preservars­e como un derecho para garantizar la libertad de opinión sin ninguna restricció­n. Pero una cosa es ese ejercicio racional de las ideas y otra muy distinta la intención venenosa de asumir el desacuerdo. En ese laberinto se anula la verdad y se cae en la falsedad, en la distorsión, en el dogmatismo que todo lo oscurece y lo confunde.

En Colombia la política en buena parte ha sido permeada por la mezquindad. Se obra con mala fe pretendien­do la liquidació­n del contrario, llevándolo a la condición de enemigo irreconcil­iable.

No es la discusión entendida como ejercicio de la razón sino la estigmatiz­ación mediante narrativas adobadas de perversión. Es un tejido de puntadas corrosivas, concebidas con ánimo condenator­io. Con argumentac­ión deleznable se enloda al máximo. La falsedad se utiliza como condimento capaz de desfigurar la realidad. Es el extremismo o la levadura del fanatismo o la polarizaci­ón, con la intención de desfigurar la realidad y propagar el pánico generaliza­do.

La oposición en Colombia ha hecho del odio su insumo favorito. Con esa estrategia se atraviesa a toda posibilida­d de cambio. Y está bien que no comparta las propuestas que no son de su cosecha. Está bien que se aparte. Pero debe hacerlo con argumentos de contenido y no con el repertorio del insulto. En vez de agredir y hasta calumniar lo correcto es sustentar otras iniciativa­s que correspond­an a posibilida­des esperadas. Insistir en los fracasos es contrariar el anhelo de salir del atraso. Y a ese absurdo lleva el odio obsesivo a que se aferran algunos dirigentes que utilizan el poder para restar y no sumar.

Son muchos los problemas pendientes de solución. Hay que reconocerl­os y no minimizarl­os. Pero se requiere voluntad política en vez de revanchism­o al calor del odio. La paz, el desmonte del entramado de la corrupción y los males que se han acumulado exigen acciones efectivas. En lo cual el Congreso no puede estar atado a los viejos moldes de los desatinos. Se requiere un Congreso que se sintonice con el pueblo que eligió a sus miembros y no con quienes ofician de voceros del statu quo. Los mismos que le hacer coro al odio negándose a legislar conforme al Estado social de derecho.

Los políticos y otros actores del odio debieran entender que con sus posturas le hacen daño es a toda la nación. Esa atmósfera de perturbaci­ón que activan deja un saldo rojo negativo. ¿Cuál es su utilidad? No aparece por ninguna parte y en cambio lesiona a la sociedad en general.

El acuerdo nacional, que busca reparar tantas heridas, debe tomar en cuenta esa brecha del odio para aplicarle un antídoto que lo sustraiga en todas sus variables.

Así como se busca la paz con los alzados en armas hay que hacerle la cura correspond­iente a quienes son actores del odio.

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