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Cartas a Estanislao

- Fernando González

Querido Estanislao: Ayer recibí tu carta del 11. Muchas gracias. Te diré que como paguen más pronto, así pre ero. ¡Pagarme sueldo en viaje, por venirme de las orillas del Mediterrán­eo! ¡Yo no soy venal, Estanislao!... Sí, iré a Bogotá, a tu casa, a conocer a tu Margarita, apenas me pase una manía de ver ncas para comprarlas al ado, haciéndome cargo de la hipoteca. ¿Comprendes que la serie de sueños, de hechos íntimos, de paladeos, que están encerrados en esas palabras subrayadas, son una reacción, una defensa instintiva? Moriría si no me transforma­ra, si continuara siendo el hombre que tuvo que venirse de Marsella, dejando al Hermafrodi­ta del Museo Nacional de Roma, a mademoisel­le Tony, a la gatica “Salomé”, a eanós, de Atenas, al mar múltiple, a todas las cosas, vírgenes aún...

¿Qué sucedió al llegar a Sabaneta, fracción de Envigado? Pues que los instintos son más rábulas que Jacinto Salazar; que mi instinto de tener nca raíz en este valle del Aburrá, creció, y habló y cubrió los gritos del remordimie­nto. ¡Qué bella y sutil la vida que en nosotros se mani esta! ¡Qué sutil la voluntad de potencia, descubiert­a por Nietzsche! Si no fuera por ella, el remordimie­nto me mataría, el remordimie­nto de no haberme acostado con todas las cosas de Europa.

Todo el día me paso recorriend­o a Envigado y hablando de comprar ncas. Toda la noche sueño con propiedade­s raíces, con los árboles, con los animales que voy a tener en las ncas.

Pero entiende bien: no me gustan mucho sino las que no venden, o las de precio imposible. ¿Qué signi ca esto? Penetremos hondo, Estanislao, pues nos hemos dedicado a la losofía. Medita, medita bien, que respecto de las muchachas no me han gustado sino las que no se acuestan; que las atizo, las atizo, y apenas me dicen que sí, ya no me gustan. También me acuerdo que no me gustaban sino los juguetes que no podían comprarme, los imposibles. Entonces, ¿qué principio hay detrás de estos hechos? Sencillame­nte que el placer lo causa la resistenci­a, la serie de resistenci­as que oponen los objetos a nuestra conquista, hasta llegar al sí. ¿Somos, entonces, unos guerreros? ¡Échame, pues, cosas duras, cosas que resistan, cosas difíciles, porque allí está la felicidad de los soldados!

Dime: ¿qué signi ca la paz, el amor a la paz, a la satisfacci­ón? ¿Por qué pusieron en la puerta de la Universida­d de Antioquia esa frase nauseabund­a que dice: “El divino presente de la paz”?

En todo caso, insulté a Mussolini, porque lo amaba; amaba al Hermafrodi­ta, porque era imposible traérmelo; ataqué a la muchacha, porque me resistía; huí, cuando dijo

que sí; me hice echar de Marsella, porque ya estaba satisfecho; lloro por el Mediterrán­eo, porque ya me vine y ya me resiste, y ahora no me gustan sino las ncas que no me venden.

¿Qué haríamos, si no resistiera­n? ¿Cómo creceríamo­s, si no se nos opusieran? ¿Por qué se pudren los dientes del civilizado, si no porque no muerden cosas duras? ¿Por qué mueren los hijos de los ricos, si no porque no luchan con frío, calor, hambre y sed? ¿Por qué escribimos bellos libros, si no porque somos castos? En todo caso, apenas no tengo con quién hablar de comprar ncas, me enfermo. Cuando voy a una y me dice Pedro Uribe: “Ésta no la venden; es de un rico”, siento la tensión del deseo pleno; me parece que es la única buena.

Soy técnico en hablar de “comprar fincas”, avalúos imaginario­s de ellas e imaginario­s embellecim­ientos. Sobre todo, en el asunto del baño y del acostadero al sol... De todo esto converso y converso con Jesusita, la hija de Luisito el telegra sta.

Hay un mundo de ciencias por explotar; ésta de “comprar ncas en Envigado” es la más deleitable, causadora de placeres sin cuento.

Medita en que esta experienci­a que estoy haciendo refuta al comunismo. He comprobado que vivimos para apropiarno­s las cosas; no precisamen­te para apropiárno­slas, sino para que digan sí, soy tuya; una vez que se nos entregan, es como si no existieran. Resulta que las cosas existen para que se nos opongan y las conquistem­os, para que las venzamos.

El día en que penetre en la habituació­n del hombre el sentimient­o de que no hay propiedad individual, la vida perderá su razón.

También hay otra ciencia y es “conversar de nombramien­tos” en Sabaneta. Allí está la clave para comprender a Colombia actual. Como no hay orden establecid­o, carrera administra­tiva, judicial, diplomátic­a, y como no hay trabajador­es especializ­ados, agricultor­es, médicos, artistas, etc., la vida de los pueblos colombiano­s consiste en conjeturar los nombramien­tos. En ningún otro país existe este placer; es actividad nueva en la especie humana. Mira a esos hombres que están sentados en taburetes de vaqueta en la puerta del estanco de Aguadas, deleitados, gozando del sentimient­o de vitalidad; ¿qué hacen, Estanislao? ¿Hablan, por ventura, de amores? ¿Conversan del cielo, del futuro, de agricultur­a o ganadería? No. Conversan de nombramien­tos, paladeada, sibarítica­mente.

Y lo más difícil en esta ciencia, es conversar de nombramien­tos de alcaldes. Ciencia ésta que tiene muchos secretos, muchos matices, muchos modos y métodos. Prima en ella la intuición. ¿Crees tú que sea fácil tener en la mente el complejo de cualidades, de ruindades, y de prostituci­ones y habilidade­s que debe poseer el futuro alcalde liberal de Medellín, tenerlo en la mente, repito, y aplicarlo, encarnarlo, o sea, soltar en el estanco de Envigado, pausadamen­te, sin ofender la memoria de Pacho Díaz, el gran personero municipal: “¡Fulano! ¡Ahí me tienen el alcalde para Medellín...”?

¡El asunto del ferrocarri­l! ¡Eso sí es lo más difícil! El asunto del ferrocarri­l de Antioquia nos ha quitado a Jesusita, al Padre y a mí como siete horas.

Encontré a Colombia con muchos problemas nuevos: el de las leyes sociales, los cacorros de Bogotá, la industria naciente de las medias de seda, etc., pero ninguno como este del Ferrocarri­l de Antioquia, sobre todo desde que los liberales le quebraron a Manuel María Toro una clavícula en la Asamblea... Dime: ¿de qué modo convencer a Manuel María de que no le quebraron los liberales una clavícula?

Pues ahí está el secreto del problema del nombramien­to del gobernador de Antioquia. Por mi parte, te diré que yo creo que el gobernador debe ser uno que sea amigo de Manuel María y amigo del Capitán. (El Capitán es un hijo que le nació al general Rafael Uribe); no puede ser don Juan, porque don Juan está preñado cuando no lo está su mujer, y no puede ser Libardo, porque Libardo lee un libro y no lo orina; tiene uremia de lo que lee. Es enfermedad bogotana.

Jesusita opina que el gobernador debe ser Berrío, porque la gente cree que su barriga es preñez de cosas buenas, y el cura dice que no ve al hombre...

Ambos están en el error, pues el hombre existe, Estanislao... Existe, y lo encontrare­mos en la puerta de la telegrafía de Sabaneta. En todo caso, te mando un abrazo y lamento que no estés aquí para que compráramo­s nca en Sabaneta.

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Valle de Aburrá. Hacienda Otraparte.

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